16 mayo 2014. Viernes de la cuarta semana de Pascua – Puntos de oración

Jn 14, 1-6
A iniciar la oración empezamos siendo conscientes de ante quién estoy y lo que voy hacer, levantando los ojos a Cristo resucitado, ofrecerle todos mis deseos y pedir luz y fuerza para anunciar la gran noticia de que Jesús ha resucitado.
En las meditaciones de la resurrección, san Ignacio nos hace contemplar a Jesús resucitado en su oficio de consolar a sus amigos. El Señor consuela haciéndose presente en medio de sus discípulos reunidos y mostrando sus llagas resucitadas, de las que brota la paz, esa paz que vence todos nuestros miedos, vacilaciones, rutinas, mediocridades. No hemos de confundir la verdadera paz con la ilusoria. Esta es la de la ignorancia, la del rico Epulón ignorando a Lázaro. La verdadera paz crece en la tensión de dos elementos contrarios: la de la aceptación en la que nos reconocemos débiles y pecadores y –a la vez- como si ya estuviéramos liberados del pecado.
San Ignacio nos pone varias veces en esa tensión cuando en las meditaciones nos recomienda que me meta en la escena “como si presente me hallase”. Porque vivir la paz que nos trae Jesús resucitado no significa conservar la tranquilidad. No se trata de la paz de la tranquilidad sino de la exigencia. Esa paz no suprime el dolor ni las deficiencias. No es la paz del mundo sino la de Jesús resucitado.
Nuestro Dios es el Dios de la paz, que ha querido dárnosla a nosotros, para que también nosotros la transmitamos a todos nuestros hermanos que, quizás sin saberlo, están esperando la gran noticia de que Jesús ha resucitado y también nosotros resucitaremos. Esta es la gran noticia que dará sentido a todos nuestros trabajos y sufrimientos por la causa del evangelio. Rechazar esta noticia nos aparta del amor de Dios y ofende el corazón de Cristo.
Con esta paz que nos trae Jesús resucitado hemos de luchar por extender el Reino de Dios llevando a los demás la Buena Nueva. En esta lucha, la paz consolida nuestra valentía, no nos dejaremos amedrentar ante los adversarios y sentiremos la mirada bondadosa y profunda del Señor quien, conociéndolo todo, nos dice con ternura: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”.

Terminamos la oración con una acción de gracias por la confianza que Jesús resucitado ha puesto en nosotros al darnos en herencia a su madre para que nos acompañe en el camino, y de hacernos sal de la tierra y luz del mundo con una súplica de que no nos falte nunca su luz y su fuerza.

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