Iniciamos nuestro rato exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la oración preparatoria de san Ignacio:
“Pedimos gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.
Invocamos al Espíritu Santo, a la Madre y a san José, pedimos también la intercesión de san Bernardino de Siena, franciscano que combatió al demonio, predicó el evangelio en toda Italia y era un defensor de la paz, hoy es el día que la Iglesia ha elegido para recordar su santidad.
Las lecturas de hoy, como la vida del santo, nos hablan de persecución, apostolado y de paz.
La escena de los Hechos nos recuerda a otra que nos cuenta san Juan en su capítulo 10. En aquella ocasión es Jesús el que va a ser recibido con piedras en la mano, detrás de los agresores el Papa Francisco veía al demonio, (Homilía 11 de abril en Santa Marta). “Esto sucede «porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús», decía el Papa.
El demonio se va insinuando poco a poco, como ángel de luz. Sugeriría a uno de los judíos, eligiendo al más convincente entre los posibles: “Mira ese Pablo, la que está liando…, se ha dejado convencer por los cristianos…, está apartando a los más débiles de la verdadera religión…, qué peligro tienen los cristianos…, acuérdate que este Saulo guardó las ropas cuando se hizo justicia con aquel Esteban…, y mira como ha terminado…, habría que hacer algo para que estos pobres inocentes fieles a nuestra religión no fueran engañados…” “Ante todo «la tentación comienza levemente pero crece, siempre crece». (Francisco, homilía citada)”.
Los primeros seguirían a Pablo desde Antioquía, convencerían a otros en Iconio.“Luego «contagia a otro»: se «transmite a otro, trata de ser comunitaria».(Francisco, homilía citada)”.
Finalmente en Listra se persuaden que lo mejor es eliminarle, “«al final, para tranquilizar el alma, se justifica».(Francisco, homilía citada)”.
Después de apedrearle y darle por muerto, Pablo no se amilana se levanta, perdona y vuelve a lo suyo, mejor dicho a lo del Señor.
13 de Mayo 1981, hay sangre en la Plaza de san Pedro. Juan Pablo II cae herido en el vientre, codo derecho e índice. A gran velocidad se llevan al Papa al policlínico Gemelli, va musitando oraciones en polaco, perdonando al que le acaba de disparar. Cuando se va recuperando el Papa Wojtyla volverá inmediatamente a ocuparse, como Pablo, de las cosas del Señor.
Esta es la respuesta de los santos a la persecución: perdonar y volver a la tarea. “No cansarse nunca de estar empezando siempre”. Ellos viven plenamente las palabras del evangelio de hoy:” Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
Sienten en lo más hondo de su ser, la falta de paz e incluso la desesperación en esta vida, de las almas que vuelven la espalda a Dios y la posibilidad de su condenación eterna. “Al alborear el siglo XX se suicidó en Nápoles el joven príncipe Pignatelli, la víspera de su boda. Con un disparo en la sien le encontraron ante la mesa de su despacho. El libro de un filósofo incrédulo que se mofaba de la misericordia aparecía abierto. Se podría sospechar que quizá todavía palpitaba la fe en su alma. Pero un hecho hacía descartar esta posibilidad. Aparecía, vuelto de cara a la pared, un hermoso cuadro colgado encima de la mesa. Representaba a María extendiendo sus brazos hacia la humanidad doliente” (Laicos en marcha. Tomas Morales pag. 380. Obras pedagógicas. B.A.C.).
Finalmente solo matizar que el santo no es un superhéroe, ni un faquir como dijo recientemente el Papa. Los santos son humildes pecadores que se dejan santificar por Jesús.
Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús resucitado. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.