12 mayo 2014. Lunes de la cuarta semana de Pascua – Puntos de oración

  • Es la víspera de la fiesta de la Virgen de Fátima. Vamos a prepararnos hoy para celebrarla agradeciendo a la Madre de Dios todos los dones que nos concede, que son muchos.

Comencemos así hoy nuestra oración, acercándonos a su Corazón de Madre y recordando las gracias que ella ha ido derramando en nosotros.

  • Entonces nuestro corazón se llenará de la verdadera alegría, que hoy pediremos en la oración colecta de la misa: “concede a tus fieles la verdadera alegría”.

Esta oración nos recuerda que Dios, por la humillación de su Hijo, levantó a la humanidad caída, librándola de la esclavitud del pecado, para que alcance la felicidad eterna.

  • Sólo contemplando lo que la Virgen ha ido haciendo en nuestra vida podremos entender esto, y podremos decir, como los discípulos después de escuchar a san Pedro: “También a  los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida”

Podemos personalizarlo diciendo: también a mí, también a mí Dios me ha dado la gracia de la conversión salvadora. Alabemos a Dios por su gran misericordia, que palpamos cada día en nosotros.

  • Nos lo confirma, por si no fuera suficiente, el evangelio de hoy, donde Jesús dice, directamente: “Yo soy el buen Pastor”. Y después, entre otras cosas, dice: “yo doy mi vida por las ovejas”. Por las de “este” redil y por las “otras” que no son de este redil.

Da su vida, por mí, por cada uno. Darle vueltas con gozo en este día, repitiendo de nuevo la oración de la misa:

  • “Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna”.

Contemplando a este Cristo que no duda en dar la vida por nosotros, y que lo hace, además, humillándose, no cabe el temor, el miedo. Él, ya resucitado, nos acompaña en cada momento, está a nuestro lado, nos lleva en sus brazos.

Confiar, confiar en su entrega y su amor incondicionales. Imitar a María, pedirla a ella la confianza audaz que nos lleve a la entrega generosa que ella tuvo a los planes de Dios.

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