Comenzamos la oración poniéndonos en
presencia de Dios, dejándonos mirar por Él, cuidar por Él, mimar por Él. Pues
en eso consiste nuestra oración, en ponernos a tiro de Dios y darle la
oportunidad de que haga maravillas con tan poca cosa.
Nada nos pide Dios que no nos lo haya
dado ya. Todos los días nos toca pedirle perdón, por nuestra indiferencia,
nuestra tibieza, nuestra falta de fe... nuestros pecados. A quien nos ama hasta
dar la vida por nosotros, cada día en nuestra mediocridad, le ofendemos.
El Amor solitario camino del calvario,
abandonado de los suyos, hoy está esperándonos en el sagrario, donde sigue
siendo el gran solitario. Un Amor eterno volcado por entero en cada uno y
nosotros, tan poca cosa, incapaz de corresponderle mínimamente.
Pero Él nos perdona, y nos quiere con
locura, con la locura del que ama a quien le ofende, y ese, justo, es el reto:
poner la otra mejilla, amar a los enemigos. El perdón que Dios nos pide es el
perdón del Padre, que amando perdona; así nosotros debemos perdonar, amando al
que nos ha ofendido, con el amor que Dios derrama en nosotros cada vez que nos
perdona. Debemos perdonar lo que para el mundo sería imperdonable, una locura,
porque el Amor todo lo puede.
Tarea difícil esta que Jesús nos pide
hoy, la cual debe empezar con la pregunta ¿Rezamos por quienes nos ofenden?
Cuando respondamos que sí a esta pregunta habremos empezado el camino para
dejar a Dios que obre el milagro en nosotros de perdonar siempre amando, de ser
perfecto como Él es perfecto.
Enséñame Señor a perdonar como sólo Tú
perdonas, convierte las ofensas que recibo en una oportunidad para amar más. Tú
puedes y yo quiero, contigo dos somos mayoría.