* Primera lectura: El libro del Éxodo va subrayando que es Dios quien tiene la
iniciativa de liberar de Egipto a su pueblo y de hacer con él una alianza: se
trata de formar un pueblo de hombres libres que sirvan y reconozcan la
soberanía de Yahvè.
De ahí que el decálogo se inicie con
esta afirmación de DIOS COMO ÚNICO SEÑOR DEL PUEBLO. Israel será plenamente él
mismo en la medida en que sirva únicamente a Yahvé y supere las tentaciones de
hacerse o de adorar a cualquier otro dios hecho según la medida de las
necesidades humanas. Y al mismo tiempo, las primeras palabras son una
afirmación de la PRESENCIA DE DIOS EN EL PUEBLO ("Yo soy") y en su
historia.
Yahvé es el Señor del tiempo y de la
historia, es el Señor creador y libertador. El sábado hace vivir al pueblo en
comunión con Dios, en el gozo de pertenecer a él que se significa con el
descanso de todas las ocupaciones, un descanso que no afecta solamente a los
hijos de Israel, sino también a sus esclavos y a sus ganados, como signo de que
es la creación entera la que pertenece a Dios.
Y Yahvé es
Señor también de la vida. De ahí que Él mismo sea llamado "Padre". El
respeto a la vida empieza por el respeto a los padres que, a semejanza de Dios,
son los transmisores de esta vida e incide en aquellos puntos que se
consideraban imprescindibles para que todos pudieran vivir dignamente, puesto
que atentar contra los bienes de los demás es privarlos de lo que les es
esencial para su vida.
* Salmo: Así como el mundo sólo se ilumina y vive mediante el sol, el hombre
se desarrolla y alcanza la plenitud de su vida mediante la
"ley", que es "vida de Dios", "pensamiento de
Dios", "querer de Dios" entre los hombres. Las dos partes de
este salmo están profundamente ligadas: ¡aquel que hace las leyes
"físicas" del mundo es el mismo que hace las leyes
"morales" del hombre!
Mediante este salmo, entramos en
contacto con el alma de Israel, aferrada a la ley divina (la Torah)
mediante un amor ardiente y sincero. La admirable evocación del cosmos
que "habla" a quienes saben mirarlo (El universo, los cielos,
las estrellas, el sol), es sólo una introducción a esta afirmación
increíble: Dios ha "hablado" a un pueblo... y le ha
"revelado" sus pensamientos sobre la humanidad. Para un judío
fervoroso, la ley, lejos de ser una traba minuciosa, una regla legalista
y formalista, es un verdadero "don de Dios". Al revelar al
hombre la ley de su ser, Dios hace Alianza con él, para ayudarlo en sus
comportamientos vitales: como el sol que "desposa la tierra"
para darle vida, en el don de la ley hay algo así como la alegría de las
nupcias, ¡es un misterio nupcial! La letanía de "cualidades" atribuidas
a la ley recuerda las cualidades que se dan los enamorados. La mitad de estas
cualidades es "objetiva", pues definen la ley en sí misma: es
perfecta... segura... recta.. límpida... pura... justa... La otra mitad
es "subjetiva", ya que enumera los efectos de esta ley en el hombre:
da vida... da sabiduría... alegra el corazón... ilumina los ojos...
* Segunda lectura: Pablo no se cansa de repetir en sus cartas que LA SALVACIÓN ES FRUTO
DE LA INICIATIVA DE DIOS. Lo que el hombre busca es la propia seguridad, exigir
condiciones para poder aceptar la salvación de Dios: para los judíos se tratará
de los signos o milagros que garanticen la acción divina; y, para los griegos,
la revelación de Dios debería ser algo que satisficiera a la inteligencia
humana.
El Mesías crucificado choca tanto con
los primeros como con los segundos, porque la obra de la salvación no parte de
la iniciativa humana, y la predicación del Evangelio se enfrenta con estas
pretensiones. Pero en el hecho de que tanto algunos judíos como paganos se
abran a la salvación, Pablo descubre la sabiduría y el poder salvador de Dios,
que se da a conocer precisamente en Cristo crucificado, que para los hombres
podría parecer una debilidad y un absurdo.
* Evangelio: La lectura evangélica contiene dos referencias a la Pascua: "se
acercaba la Pascua de los judíos" (v. 13); "cuando resucitó de entre
los muertos" (v. 23). Este último versículo nos da, además, la perspectiva
desde la que se interpreta el significado y el alcance del gesto de Jesús.
La denuncia de los abusos que se cometían
en el templo y las exigencias del culto verdadero es algo frecuente en los
profetas; así Jeremías acusa a los sacerdotes de tratarlo como "una cueva
de ladrones" (cf. 7. 11), al tiempo que profetiza su destrucción.
El libro de Zacarías termina anunciando
que "el día del Señor" la ciudad entera de Jerusalén será santa y que
no se verán mercancías en el templo. Los que presenciaron el gesto de Jesús
podían ver en él, por tanto, un signo profético e incluso mesiánico.
Pero debemos afirmar que la intención de
Jesús no era simplemente la de purificar el templo (de hecho, los cambistas y
los vendedores de animales para los sacrificios eran necesarios), sino que su
intención era la de SUPRIMIR EL TEMPLO SUSTITUYÉNDOLO POR EL "TEMPLO DE SU
CUERPO". Para la teología de Juan, efectivamente, el templo es Jesús
resucitado: "Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios
Todopoderoso y el Cordero" (cf. Ap 21. 22).
La postura de Jesús ante el templo y
cuanto esta institución significaba es una de las causas más importantes -más
próxima en los sinópticos, más remota según el evangelio de Juan- que provocan
la muerte de Jesús. El propio evangelista lo insinúa al decir que los
discípulos se acordaron del salmo 69. 10, cuyo versículo entero reza así:
"el celo de tu casa me devora y las afrentas con que te afrentan caen
sobre mí".
La reacción de los judíos es exigir a
Jesús un "signo", es decir, una prueba divina que lo
acredite. El templo tenía el sentido de
significar la presencia de Dios en medio del pueblo; ahora esta presencia de
Dios se manifiesta de un modo mucho más pleno en Jesús. Los judíos lo matarán
porque supone un peligro para su templo. Jesús les da el SIGNO DE SU MUERTE Y
RESURRECCIÓN, QUE ES LA MÁXIMA MANIFESTACIÓN DE LA GLORIA DE DIOS, de su amor y
de su entrega a los hombres. De hecho, la muerte de Jesús no va a significar la
destrucción de la presencia de Dios entre los hombres a través de Él, sino la
supresión de cualquier otro templo que no sea el cuerpo glorioso del
Resucitado, santuario en el que habita la plenitud del Espíritu Santo.
Los últimos versículos nos introducen al
diálogo con Nicodemo y nos presentan a este hombre como uno de los que
creyeron en Jesús durante su estancia en Jerusalén. A causa de los signos,
muchos se adhieren a Jesús o creen en su nombre. Pero Jesús no les corresponde
dándoles su confianza, porque la fe en Él debe ser algo más profundo que la
admiración producida por los signos.
Oración final:
Dios todopoderoso, que derramaste el
Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de
Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu
servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de
vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.