Especialmente para el momento de orar, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Y crear la serenidad (el clima) en el propio interior. Porque el Señor pasa por nuestros corazones tan suavemente como la brisa. Y para captar y valorar lo que pasa es preciso tener despierto el sentido de la ESCUCHA.
Estamos en Cuaresma. Nos fue impuesta la ceniza al principio de la misma, recordándonos que somos partícula de barro. Y luego nuestra madre iglesia no deja de recordarnos, amorosamente, un día y otro también, la necesidad de permanecer en actitud de conversión.
Para ello nos propone de modelo a Jesús en el desierto en su actitud orante y penitente. Es posible que nosotros pasemos o hayamos pasado una situación de tentación. Cuando todo pierde sentido o bien no tenemos fuerzas para seguir adelante o la decepción golpea al alma para ya no confiar ni esperar nada de nadie… incluso de Dios. Si sabemos esperar y la calma va regresando al corazón, nos fijamos en Jesús en el desierto. Y vemos que dialoga lo imprescindible con el tentador y además argumenta su respuesta con la palabra de Dios; “escrito está…”. Decía que nos puede ayudar, una vez calmados, retomar los argumentos de la tentación pero con la palabra de Dios al lado. Y que sea La Palabra quien deshaga la dureza de aquel mal que quiso arrebatar la paz y amor de nuestro corazón.
La Iglesia como maestra nos invita hoy, en palabras de Jesús, al núcleo de la conversión: amarás al Señor y al próximo. Amar limpiamente sin esperar nada a cambio y… ¡todos los matices excelentes que nos ayuden…¡ Cuánto cuesta! ¡Qué exigente e implacable es el amor! .Pero ¡cuánto bien nos hace! Y, ¡cuánto beneficio podemos sembrar!. Regalar el sol a buenos y malos, como el Padre del Cielo, ¡que costes tiene para el amor propio! Y llega a aburrirnos e incluso despotricamos de esta tarea de amar porque sí, por imitar al Padre.
Estas cosas parece que le pasaban también a Teresa de Jesús. Su acierto (o el regalo que recibió) fue ponerse “cabe a Cristo llagado”. Y abrirle de par en par su corazón lleno de suciedad y miseria. Todo lo demás lo hizo Jesús en Teresa. Parece que coincide con el ladrón arrepentido en la crucifixión “tú y yo estamos aquí justamente” y volviéndose a Jesús le dice: “acuérdate de mí”. La respuesta de Jesús no se hace esperar; te lo aseguro, hoy estarás conmigo...”
La conversión parece entonces que está en reconocer ante el Señor la verdad de nuestra existencia pecadora y esperar confiadamente que él cambiara nuestro corazón.
Junto a la cruz, el ladrón arrepentido, contemplaba a su vez a una madre partida por el dolor ¿no le recordaría quizá a su propia madre? ¿No le hizo esto también recapacitar? ¿No alcanzaría, el dolor ofrecido de María, a través de su Hijo, la conversión de este otro hijo? Y Santa Teresa nos cuenta que, al perder de niña a su madre, fue a ponerse ante una imagen de nuestra Señora y le pidió que fuese en adelante su madre
Todo ello nos anima a volver nuestro corazón a María. Ella sabe estar, especialmente en los momentos de cruz, al lado del pobre y débil. De su mano es posible seguir a Jesús hasta la cumbre del Amor.