14/3/2015. Sábado de la tercera semana de Cuaresma – Puntos de oración

Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Las lecturas del día de hoy nos invitan realmente a la conversión, principalmente la del evangelio. En esta lectura del evangelio también podemos descubrir cómo es el corazón de Jesús pues las palabras del texto son reflexiones y observaciones que el Señor nos ofrece sobre una posible parábola pero que seguramente ocurriría o El habría observado en la vida real, como la de aquella mujer que echó en el cesto todo aquello que tenía para vivir y esto, le impresionó al Señor.
La parábola arranca al ver Jesús que había algunos que se sentían justos, seguros de sí mismos y despreciaban a los demás. Porque realmente nadie es justo (sólo Dios es justo); nunca nos deberíamos sentir seguros de nosotros mismos (ya nos dijo el Señor que, si vosotros, siendo malos…); nunca deberíamos pensar mal de nadie pues bastante tenemos con nuestros pecados. Podría ser un buen ejercicio de cuaresma el siempre considerarnos servidores de los demás, nunca ponernos por encima de nadie, no buscar recompensa en nuestro servicio a los demás sino hacerlo por amor, por ser el último, el servidor. Y si algo podemos hacer es a pesar de nuestros pecados, por gracia de Dios. Como nos dice Abelardo, “busca el último lugar. Es este un duro trabajo pero es el mejor atajo para a la cumbre bajar”. Qué difícil es esto y sobretodo el no sentirse justificado cuando creemos que hemos hecho algo bien pues, si lo hicimos, fue a pesar nuestro y, si algo hicimos bien, cuántas otras cosas no las hicimos tan bien y quizá ni siquiera somos conscientes.

Qué bueno es acercarse a la Virgen María pues en ella sí que sabemos con toda seguridad que no hay doblez, que ella nunca se atribuyó ningún mérito (así lo sentía ella sin forzar nada). Ella nunca juzgó ni menospreció a nadie (la verdad que tuvo motivos), nunca se sintió superior a nadie. Todo esto con una naturalidad única. Realmente María es la obra cumbre de Dios.

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