Las lecturas de la liturgia,
especialmente las de Cuaresma, son muy ricas en mensajes que nos llegan al
corazón y se convierten en oración cuando las meditamos. Es mejor coger pasajes
breves que nos calienten el corazón, que leer fríamente todo.
“¿Cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy? Pero, cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos.”
Moisés decía esto a los Israelitas.
Todos dijeron que sí. Pero muchas veces a lo largo de su historia abandonaron
los preceptos del verdadero Dios.
Nosotros también nos sabemos de memoria
el Mandamiento del Amor, pero cuantas veces no lo vivimos en su plenitud. Vivir
Cuaresma no es otra cosa que vivir con intensidad “amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a ti mismo”. Si nos vamos pareciendo cada vez más a
Cristo podremos vivir con coherencia y responsabilidad el suceso más importante
de nuestra historia: La muerte y Resurrección de Jesucristo.
“Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.”
Si nuestra vida se basa en la imitación
de Cristo, nuestra vida es para cantar continuamente glorias y alabanzas a
Dios. Si nuestra actitud es ésta nuestra alma saltará de júbilo en cada momento
de nuestra vida.
“No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.”
Nosotros, como Jesús, estamos en el
mundo para dar plenitud a los Mandamientos. Para hacerlos vida, y de esta
manera, trasmitirlos por ósmosis a los que nos rodean. Sabemos que el mundo no
necesita muchos predicadores, lo que necesita son testigos que mediante su vida
trasparenten a Cristo y ganen corazones para Dios.