Si uno va leyendo en estos días del mes de marzo, las semblanzas de los distintos santos que nos propone la Iglesia, descubrimos unas figuras imponentes: El valor y serenidad ante la muerte de las santas mártires Perpetua y Felicidad; la entrega a los pobres hasta la extenuación de San Juan de Dios; la heroína de la caridad, Santa Francisca Romana; la colosal obra de evangelización de San Patricio; San Cirilo de Jerusalén, el infatigable “príncipe de la catequesis”. Y llegamos al 19 de marzo y uno se queda desconcertado con la figura de San José. El santo más importante entre todos ellos y del que menos referencias tenemos, apenas unos pocos renglones en todo el Evangelio. San Mateo sólo nos dice de él que era: “el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” y que era “justo”.
El Padre Morales llama a San José el santo de las tres "A": Asombro, adoración, abandono.
Asombro ante la irrupción de Dios en su vida, en la vida de su esposa, en la vida de su pueblo. El innombrable, el esperado durante generaciones, se hace presente en su vida y viene a alojarse en su humilde casa de carpintero. ¿No es para asombrarse? El asombro va en aumento día a día según se va manifestando el Hijo de Dios, primero como un bebé recién nacido y luego como un niño que “les estaba sujeto”. Ante esta realidad desconcertante el asombro de San José no sería distinto del de cualquier judío observante. La diferencia con respecto a los fariseos y levitas de su tiempo la constituía la sencillez en aceptar con humildad que el Salvador del mundo traía unos planteamientos muy distintos de los nuestros, un reino basado en el amor en lugar de en el poder. Tener la capacidad y la humildad para encajar este cambio de planes es lo que hace a San José grande en el reino de los cielos, y un modelo para nosotros, cuando nos vemos perdidos y sacudidos por los azares de la vida sin entender el actuar de Dios.
El asombro da paso a la adoración. Adorar es la reacción natural de la criatura ante su Creador. Adorar a aquel que se esconde en las circunstancias de la vida cotidiana, en lo humilde y sencillo: en un recién nacido o en un trozo de pan. Adorar en silencio, sin entender, sin discutir, sin argumentar. Adorar sin interrogar, sin cuestionar… aceptando que Dios me sobrepasa, que se escapa a mi entendimiento y raciocinio.
Y de la adoración surge el abandono, el abandono a su voluntad, dejando la vida en sus manos. Como escribiría San Juan de la Cruz: “cesó todo y quedeme dejando mí cuidado entre las azucenas olvidado”. Mi cuidado, mis angustias y zozobras quedan olvidadas en la voluntad amorosa de Dios Padre. Por eso ya no tengo miedo: “Haz conmigo siempre Señor como sabes y quieres porque no puedo dudar que me amas”.
Asombro, adoración, abandono, este es el mensaje que nos transmite San José en este día: No pierdas la capacidad de admirarte y asombrarte ante la presencia de Dios en los pequeños acontecimientos de cada día. Como San José, como los Magos de Oriente en Belén, adórale con reverencia y humildad a Quien se hizo humilde para servir. Y por último, abandónate en los brazos de Aquel que te creó por amor y que vela por ti como un padre lo hace con su hijo.