12 marzo 2015. Jueves de la tercera semana de Cuaresma – Puntos de oración

“Yo soy la salvación del pueblo”. Así empieza la misa del día, así podemos empezar nuestra oración de hoy, diciéndole al Señor: tú eres mi salvación; pidiéndole al Señor: sé mi salvación.

Puestos en su presencia, la lectura tranquila de la Palabra de Dios de este día nos esponjará el corazón. Resonará en él el salmo 94: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón”.

Ven, Espíritu Santo, ilumínanos, derrama sobre nosotros el fuego de tu amor. Porque no terminamos de entender, no terminamos de creerlo: el Señor es compasivo y misericordioso, como nos repite hoy el versículo antes del Evangelio.

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”.

Ya el profeta Jeremías nos ha repetido: “Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien”.

Pero tantas veces preferimos nuestros caminos, como autómatas, pues nos hemos acostumbrado a ello, seguimos nuestros criterios, inamovibles, pensando que por ser los nuestros son los mejores, y no dejamos a Dios entrar en ellos, entrar en nuestro corazón. Nos decimos discípulos de Cristo, laicos en marcha, consagrados por el Reino de los Cielos, pero no le dejamos a Él entrar en nuestros proyectos, muchas veces casi sin darnos cuenta.

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”.

Pidamos hoy al Señor de nuevo, invoquemos al Espíritu Santo, para que cambie nuestro chip, para que nuestro “modus operandi” sea siempre primero escuchar al Señor: ¿Qué tienes que decirme hoy? ¿Qué me dices a través de la oración, a través de lo que sucede a mi alrededor, a través del sufrimiento interior de las personas que me rodean?, ¿o es que no me doy cuenta?

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”.

Señor, que tú seas el centro y no yo. Que los demás ocupen tanto mi corazón que no me quede ya hueco para mirarme a mí mismo.

Así seré capaz de reconocer las maravillas de Dios, sus filigranas en medio de nuestra vida. Podré, como pide el Señor en el evangelio de hoy, reconocer el dedo de Dios y, como el mudo del capítulo 11 de san Lucas, hablar. El demonio del silencio ronda continuamente nuestra vida, y no nos deja hablar de las maravillas de Dios a los que nos rodean. Somos demasiado prudentes, nos falta confianza en el Señor. El demonio mudo del silencio nos atenaza.

Por eso, invoquemos también en nuestra oración a Santa María, para que ella nos haga ver, libere nuestra lengua, reanime nuestro espíritu. Ella nos coge de la mano, nos abre el corazón.

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”. Porque el Señor es compasivo y misericordioso.

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