Nos ponemos en la presencia de Dios Padre para hacer la oración hoy. Sentimos cómo Jesús nos muestra al Padre
El texto que la Iglesia nos propone hoy en la lectura del Evangelio nos deja entrever el cariño y afecto que Jesús tenía hacia el Padre de los cielos. Nosotros, quizá, no podemos entender este afecto tan entrañable porque no sentimos al Señor como Padre como lo sentía Jesús. Vamos a intentar acercarnos, en la oración de hoy un poco a este sentimiento.
Los discípulos sentían una enorme necesidad de saber cómo era la oración de Jesús. Veían como se retiraba para orar largos ratos, incluso noches enteras, y por eso en varias ocasiones se lo piden: “Maestro, enséñanos a orar”.
Cuando Jesús se decide a enseñar a los discípulos a orar, no dice lo que primero se le ocurre, como para salir del momento. Sus palabras están sumamente preparadas y pensadas. Por eso la primera palabra es “Padre, santificado sea tu nombre”. Por lo tanto es esencial dirigirse al Padre en nuestra oración.
También en otro momento les dice: “Cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará”. (Mt. 6, 6).
Si quieres sentir de cerca la paternidad de Dios, tienes que decir muchas veces: Padre, Padre, Padre,...
El día de tu bautismo sucedió algo maravilloso mientras el agua corría por tu frente: Tu Padre del cielo te miró lleno de amor y dijo en voz muy alta: “Este es mi hijo amado, en quien yo me complazco”. Y lo dijo muy alto para que tus padres, padrinos y demás invitados lo oyeran con claridad; para que lo oyera el mundo entero.
Jesús es el único Hijo de Dios por naturaleza; nosotros somos hijos de Dios por adopción. Pero la adopción que hace Dios no es como la que hacemos en la tierra: cuando una familia adopta un niño o una niña le puede dar todo: su nombre, su dinero, su herencia. Pero no puede darle su sangre. Dios, sin embrago, sí que puede darnos su sangre. La sangre de Cristo derramada en la cruz es ahora nuestra sangre. No sólo nos llamamos Hijos de Dios, sino que lo somos.
Además ese Amor de Dios es único. No pienses que el Amor de Dios se divide entre todos los hombres. A cada uno Dios lo ama de forma única: para Dios eres único, singular y te ama de una forma muy especial.
Acércate a la Virgen para que Ella te haga sentir ese amor de una forma especial, como lo sentía Ella. PADRE, PADRE, PADRE,…