Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino
e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Estamos en el segundo domingo de Pascua y podemos seguir gritando:
¡¡Aleluya!! ¡¡Resucitó el Señor!! ¡¡El Dios de la infinita Misericordia nos ha
rescatado de las ataduras de la muerte!! En este domingo la Iglesia nos propone
como lecturas de la Misa el testimonio audaz de los apóstoles ante el Sanedrín,
y en el Evangelio, uno de los encuentros de Jesús resucitado con sus
discípulos. Después de la Resurrección, lo apóstoles permanecen unidos, pero el
tiempo pasa y empiezan a dudar de que si realmente Jesús era el Mesías que
tanto habían esperado y si en realidad su muerte y resurrección les habían
liberado; si todo eso había servido de algo o no. Desoyendo el mandato de Jesús
de anunciar y dar testimonio de su Amor y enseñanzas, deciden volver a su
rutina diaria. Esto se aprecia cuando Pedro, como desmotivado, porque piensa
que ya no hay nada más que hacer, dice a sus amigos: “Me voy a pescar”. Sus
amigos deciden arrastrados por él, acompañarle. Pasaron toda la noche bregando,
intentando ser ellos los que marcasen el rumbo de su propia vida según sus
apetencias, en ese momento pescar, y no consiguieron capturar un solo pez, y
eso que eran pescadores experimentados. Sólo cuando hacen caso a Jesús, al que
inicialmente no reconocieron por tener los ojos como velados por su falta de
amor, consiguen pescar. Muchas veces en nuestra vida damos la espalda a Jesús
porque queremos hacer las cosas mirándonos a nosotros mismos y sin tener en
cuenta lo que el Señor nos está pidiendo; y sucede que el fruto que buscamos es
escaso y no nos llena. En cambio, cuando tenemos en cuenta lo que Dios quiere
en nuestra vida el siempre nos hace dar da el ciento por uno de nosotros y el
fruto que nos regala en increíblemente grande, como la red repleta de peces.
Le pedimos a la Santísima Virgen que nos ayude a no perder la confianza en
Jesús, que Él siempre nos da más de lo que esperamos lograr. Y que esa
confianza nos lleve a dar testimonio del Amor y de la Misericordia a nuestros
hermanos de la misma forma que los apóstoles lo dieron, como nos cuenta la
primera lectura, después de recuperar la confianza plena en Jesucristo, que
habían perdido por el pecado.