Empezamos la oración haciendo silencio
exterior e interior. Dejemos de lado todo aquello que nos pueda distraer en
este rato de intimidad con Dios. Si tenemos la suerte de estar ante Jesús en
una capilla hacemos un acto de fe en su presencia real en la eucaristía. Luego
pedimos ayuda al Espíritu Santo para que nos ponga el corazón en la frecuencia
adecuada para poder escuchar lo que Dios nos quiere decir hoy, y nos ponemos a
la escucha. Que no se nos pase la oración hablando sin parar y sin dejar que
Dios nos hable a nosotros.
Seguimos celebrando la Pascua, que no se
nos olvide. Examinémonos en la alegría. ¿La Rutina nos ha hecho perder el
espíritu de la resurrección? Si es así, pidamos a Dios que nos renueve en la
alegría. Puede ser la petición que llevemos en el corazón durante este día.
“Señor, que viva con alegría cada momento. Llena mi corazón de alegría”. Ese
debe ser nuestro distintivo en el día a día, más aún en este tiempo de Pascua.
En el evangelio de hoy encontramos el
reproche de Jesús a la gente (que se contrapone al momento de intimidad
cariñosa de ayer con Pedro) “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis
visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Cada palabra de Jesús
en evangelio está dicha para cada uno de nosotros. Así que podemos hacernos
también una reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe. ¿Tenemos a Dios como un
tapa-agujeros para los momentos de dificultad o vivimos nuestra fe en Jesucristo
en clave de relación personal? ¿Vemos la oración como una carga o como un
momento de encuentro que deseamos verdaderamente? Sea cual sea nuestra
respuesta, siempre es buen momento para pedir a Dios mayores deseos de amarle y
seguirle y una fe más grande.
Terminamos nuestra oración pidiendo ser
capaces de vivir el resto del día en la presencia del Señor y siempre alegres.