Estamos en la segunda semana de pascua,
así que vamos a empezar invocando al Señor que nos envíe su Espíritu y con Él
sus dones. Dones propios de este período: fe creciente, esperanza cierta,
alegría desbordante, caridad ardiente.
Hemos pasado un tiempo de preparación
fuerte para preparar la pasión y muerte de Jesucristo, y ahora no podemos
quedarnos tumbados mirando al cielo o concediéndonos caprichos que compensen
tanto tiempo de austeridad, penitencia y dolor.
Es preciso creer con fe cierta que
Cristo ha resucitado y nosotros con Él. Él nos hace partícipes de su resurrección.
Significa que tenemos que llenarnos del gozo de la Pascua, que tenemos que
mirar al cielo, que tenemos que vivir con Jesucristo en nuestros corazones y
aspirar a los valores eternos, que tenemos que despegarnos de todo aquello que
nos ata a la tierra de una manera que nos degrada y no enriquece. Aspiremos a
las alegrías del cielo para comunicarlas a los demás.
El evangelio de hoy nos sigue contando
como aquellos que están inundados por los frutos de la resurrección que les
desborda no pueden parar de comunicarlo, aun a costa de que se les persiga o
castigue.
Se me viene a la cabeza todos aquellos
que viven la persecución en países en los que no se les permite testimoniar su
fe. Son esos cristianos que aúnan la pasión y la fuerza de la Resurrección.
Tomemos su ejemplo, no podemos estar unos mirando y los demás evangelizando.
Repasemos hoy en la oración si Cristo ha resucitado en mí. Como va mi alegría,
mi caridad ardiente, mi testimonio, mi ofrecimiento diario del trabajo y
estudio. Tenemos que llevar una vida de resucitados, eso es lo que transforma
el mundo.