Iniciamos nuestra oración: ofreciendo la jornada, invocando al
Espíritu Santo, pidiendo ayuda a la Madre y la intercesión de san
José.
Vamos con ilusión a meditar la “palabra de Dios”. Dice Juan de Ávila
que esta constituye “un escudo de la fe” “en el cual podáis apagar todas las
lanzadas encendidas con fuego” (Ef 6,10-11). Las lanzadas
encendidas con fuego que a lo largo de la jornada el demonio y la mundanidad
nos arrojan.
Preparamos nuestra alma con la oración y continuamos durante la jornada con
la jaculatoria, formando ambas el escudo donde la lanzada encendida se apaga.
En la primera lectura, Pablo nos muestra el itinerario de la
evangelización: recorre pueblos, acoge discípulos, se deja ayudar por ellos,
los trata como hermanos (Timoteo), se deja llevar por el Espíritu (“pasa a Macedonia y ayúdanos”).
Hoy el Espíritu también nos llama a evangelizar, a predicar la palabra del
Señor. Algunos los envía a lejanas tierras .A la mayoría de los laicos nos
manda a evangelizar nuestra cultura cercana. Si estuviéramos atentos al
Paráclito, en sueños escucharíamos: “pasa al mundo de la política y ayúdanos”
“pasa al mundo del teatro y ayúdanos” “pasa al mundo de las finanzas y ayúdanos”…
al de la educación, al del cine, al de la familia…”.Esa es tu Macedonia, tu día
a día, el ambiente cercano en el que estás inmerso.
Pablo ha vuelto de Jerusalén y allí el Espíritu se ha inclinado por los
partidarios de la apertura a los gentiles, frente a los “cerrados”
(terminología del Papa Francisco). Nosotros repetimos la historia,
en nuestro tiempo. El Paráclito nos manda a buscar a los hombres a las
fronteras, a abrirnos a los que huyen.
Hoy nuestros coetáneos se alejan del púlpito, de la predicación moral, del
dogma. Ahora bien, ¿cuántos de ellos tienen un corazón dispuesto a percibir los
valores del evangelio: misericordia, justicia, verdad, caridad, fe, humildad…?
Nosotros tenemos la obligación de ofrecer estos valores a nuestros
contemporáneos. “Las palabras convencen, los ejemplos
arrastran”, nos repetía con insistencia nuestro
padre Morales.
El Salmo es continuidad con respecto a la primera lectura. “Aclama al Señor, tierra entera”. La “tierra
entera” son hoy estas realidades que queremos evangelizar.
Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús resucitado.
San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así
como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna
gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y
queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.