26 abril 2016. San Isidoro de Sevilla – Puntos de oración

Mt 5, 13 – 16
Al iniciar la oración es conveniente comenzarla con una cierta preparación externa que nos llevará a la actitud interna del conocimiento del Señor, siendo consciente de qué es lo que voy hacer y ante quién lo voy hacer.
Cuando Jesús propone a sus oyentes la doble metáfora de la sal y la luz, lo hace a un mundo en que la sal y la luz tenían un carácter más valioso de lo que puede serlo en nuestro tiempo. Además con esta doble comparación sobre la sal y la luz es el símbolo de lo que debe ser un cristiano entre los hombres.
La sal. Es un elemento que define muy bien la identidad del cristiano: sirve para conservar, para preservar los alimentos, para limpiar, para sazonar y dar el punto a lo que comemos, son múltiples características de la sal que el bautizado debe intentar realizar. En este rato de oración nos podemos quedar únicamente con esa capacidad de la sal de sazonar y dar el punto a nuestra comida y que todos hemos echado alguna vez de menos; la sal es algo secundario y barato, hace que la comida más sabrosa se vuelva insípida si falta.
La luz. Para entender lo que quiere Jesús simbolizar con la luz, nos debemos imaginar lo que sienten los marineros cuando están perdidos en la oscuridad de la noche y descubren a lo lejos los destellos de la luz de un faro. Hoy muchos líderes de opinión dicen que estamos en un recodo de la historia, que nuestra sociedad está desorientada, a oscuras.
Hoy la Iglesia nos está pidiendo a todos los bautizados que seamos capaces en nuestra vida cotidiana de ser sal y dar luz a nuestros hermanos que nos rodean. La sal no es para encerrarla en un recipiente, por muy importante y valioso que este pueda ser, sino para sazonar y poner a punto la vida de los hombres; la luz no es para guardarla debajo del celemín sino para que ilumine a todos los que están en casa.
¿Cómo podemos hoy ser sal de la tierra y luz del mundo? Viviendo las virtudes de generosidad y entrega y el cumplimiento del deber en los pequeños detalles; cuando damos testimonio de nuestra fe hablando de Dios, de Cristo, de nuestra Madre la Virgen María y siendo misericordioso con todos y especialmente con aquellos que no empatizan conmigo.

Terminar la oración con una acción de gracias por la confianza que Jesús resucitado ha puesto en nosotros de hacernos sal de la tierra y luz del mundo y una súplica de que no nos falte nunca su luz y su fuerza. 

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