La narración de la multiplicación de los
panes y los peces que nos presenta el evangelio de hoy es como una prueba de
Jesús a la fe de sus discípulos: “¿Con qué compraremos panes para que coman
estos?”. La respuesta de los apóstoles es muy humana. Se dejan absorber por el
problema angustiándose por la aparente falta de salida. Tienen al Señor a su
lado pero no se acuerdan de pedirle ayuda. Cuando todo lo humano ha sido hecho
ya, Jesús actúa demostrando que Dios siempre tiene una carta que jugar cuando
parece que todo está ya decidido.
Como a nosotros, la rutina nos tiende
sus redes y con frecuencia podemos olvidar levantar la mirada para poner
nuestra vida en sus manos. Quizá sea la principal enseñanza que podamos
adquirir durante esta Pascua, más en este Año de la Misericordia. Para ello, no
dejemos de actualizar cada día en la oración, la misa, un rato de silencio,
etc., la actitud de alegría por la Resurrección de nuestro Señor, por que nos
ha salvado. El Evangelio de hoy nos recuerda que no debemos acostumbrarnos a
nuestros problemas. Es un llamamiento a la esperanza: Dios puede actuar en
nuestras vidas. Pero debemos dirigirnos a Él constantemente para que nos
acompañe en nuestras luchas diarias, en nuestros sufrimientos… para que, como
en cada evangelio de la semana pasada repita: “Paz a ti, no temas, alégrate…
porque yo he resucitado”.
“Este sí que es el profeta que tenía que
venir al mundo”. Puede ser nuestra jaculatoria para la oración de mañana y para
estos días de Pascua. No podemos olvidar la feliz noticia que ilumina todos los
días de nuestra vida y que la Iglesia nos propone meditar especialmente en este
tiempo.