Este año el 25 de marzo se celebra hoy,
4 de abril. Es un poco incoherente, pero es así. Al coincidir el día de la
Anunciación con el Viernes Santo la Iglesia pospone esta celebración para este
tiempo de Pascua, que es cuando más pega. Hoy, como cada año, actualizamos el
momento de la Encarnación del Verbo, cuando el hijo de Dios se hace hombre,
igual a nosotros. Que Dios se haga hombre y no sólo que lo parezca, nos
manifiesta la importancia de esta fiesta, y se nos llena el corazón de acción
de gracias:
¡Gracias, ángel Gabriel, por venir a dar
tan buena noticia a la tierra! Ahora lo tuviste que hacer en el silencio de
Nazaret a una humilde mujer judía. Luego, nueve meses más tarde se lo viniste a
decir a unos cuantos pastores de Belén. ¡Ah!, y viniste acompañado de un
buen coro de congéneres tuyos. Bien hecho. Merecía la pena tal concierto
celestial.
¡Gracias, María, por decir ese SÍ, con
mayúsculas y tan claro, que dijiste! Decir sí a Dios parece fácil, pero no lo
es, suele complicar la vida…, aunque siempre da la felicidad. Gracias, María,
por hacerlo todo tan sencillo, tan “normal”. Se te podían haber ocurrido muchas
peguntas y pegas, pero al saber que aquello era del Espíritu de Dios no había
más que complicarse. Claro, que en realidad, tampoco dijiste que sí, lo dijiste
mucho más bonito y mucho más teológico: “Hágase en mí…” Un sí, puede ser algo
dicho con los labios y con las propias fuerzas, pero tú lo hacías con la fuerza
de Dios y lo decías con tus entrañas… Y allí mismo se hizo carne Dios.
¡Gracias, Señor, por hacerte uno de
nosotros, uno como nosotros! Te podías haber quedado en el cielo haciendo
planes y proyectos de mejora del ser humano, pero preferiste presentarte como
modelo. Por un lado, el mundo, creado desde hacía millones de años, necesitaba
oír tu voz, sentir tus pasos e iluminar tu figura para cobrar sentido. Y, por
otro, nosotros necesitábamos saber cómo hacer las cosas, como amar a las
personas, como rezar a Dios. Por cierto, nos encantó eso de llamarle, Padre.