20 abril 2016. Miércoles de la cuarta semana de Pascua – Puntos de oración

Iniciamos nuestra oración con un acto de presencia de Dios. De manera consciente nos recogemos hacia nuestro interior o volamos con la imaginación hacia el Sagrario: tu Maestro y tu Señor está ahí, y me esperas todos los días. Nos puede ayudar, para estos momentos iniciales recordar la promesa de Jesús al final del evangelio de Mateo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28,20)
El evangelio de hoy nos traslada a la entrada de Jesús en Jerusalén en los días previos a la Pascua. Jesús está sufriendo por la resistencia a creer en Él que ve en nuestros corazones. Y una vez más revela su interior, su relación permanente con el Padre: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado”. Juan nos cuenta que Jesús pronunció estas palabras gritando. Jesús se duele ante la dureza de nuestro corazón que se resiste a creer.
Escucha hoy el grito del Señor y acoge sus palabras. Tres palabras destacan en el evangelio de hoy, las tres se realizan en Cristo. Es el mensajero del Padre que nos revela el Corazón misericordioso de Dios.
ü  Jesús es la luz: “Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas”.
ü  Jesús es la salvación: “no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo”.
ü  Jesús es la vida: “Y sé que su mandato es vida eterna”.
Pero el evangelio de hoy revela también un dato importante. Jesús se revela como el Hijo atento a cumplir la voluntad del Padre. Jesús aparece siempre en el Evangelio como el Hijo; y, en cuanto tal, enviado por su Padre al mundo, para salvarlo.
Y al mismo tiempo está revelando al Padre, al corazón misericordioso de Dios Padre: “el que me ha enviado”.
Jesús, en su vida y actuación, siempre remite al Padre, a la voluntad del Padre. No quiere protagonismo alguno, todo lo que hace es por mandato y voluntad del Padre que lo envió. Y lo hace contento, feliz y agradecido: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos…” (Mt 11,25)
Quién es Jesús para nosotros nos lo indicó visiblemente el Padre, sobre todo en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo” (Mt 3,17; 17,5). Como seguidores de Jesús, sólo deberíamos escucharle a él: sus palabras, sus ideas, sus actitudes, sus valores. En Jesús todo es importante, lo que nos dijo, lo que calló, lo que hizo y cómo lo hizo.
Su grito y sus palabras nos interpelan. Quedémonos en silencio acogiendo estas palabras.
Y una pequeña reflexión-examen para el final:

Quien veía a Jesús, veía al Padre. Quien nos ve a nosotros, sus seguidores, ¿a quién ve?

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