Iniciamos nuestra oración con un acto de
presencia de Dios. De manera consciente nos recogemos hacia nuestro interior o
volamos con la imaginación hacia el Sagrario: tu Maestro y tu Señor está ahí, y
me esperas todos los días. Nos puede ayudar, para estos momentos iniciales
recordar la promesa de Jesús al final del evangelio de Mateo: “yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28,20)
El evangelio de hoy nos traslada a la
entrada de Jesús en Jerusalén en los días previos a la Pascua. Jesús está
sufriendo por la resistencia a creer en Él que ve en nuestros corazones. Y una
vez más revela su interior, su relación permanente con el Padre: «El que cree
en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado”. Juan nos cuenta que Jesús
pronunció estas palabras gritando. Jesús se duele ante la dureza de nuestro
corazón que se resiste a creer.
Escucha hoy el grito del Señor y acoge
sus palabras. Tres palabras destacan en el evangelio de hoy, las tres se
realizan en Cristo. Es el mensajero del Padre que nos revela el Corazón
misericordioso de Dios.
ü Jesús es la luz: “Yo he venido al mundo como luz, y así el que
cree en mí no quedará en tinieblas”.
ü Jesús es la salvación: “no he venido para juzgar al mundo, sino
para salvar al mundo”.
ü Jesús es la vida: “Y sé que su mandato es vida eterna”.
Pero el evangelio de hoy revela también
un dato importante. Jesús se revela como el Hijo atento a
cumplir la voluntad del Padre. Jesús aparece siempre en el Evangelio como el
Hijo; y, en cuanto tal, enviado por su Padre al mundo, para salvarlo.
Y al mismo tiempo está revelando al
Padre, al corazón misericordioso de Dios Padre: “el que me ha enviado”.
Jesús, en su vida y actuación, siempre
remite al Padre, a la voluntad del Padre. No quiere protagonismo alguno, todo
lo que hace es por mandato y voluntad del Padre que lo envió. Y lo hace
contento, feliz y agradecido: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas
cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos…” (Mt
11,25)
Quién es Jesús para nosotros nos lo
indicó visiblemente el Padre, sobre todo en el Bautismo y en la Transfiguración
de Jesús: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo” (Mt 3,17; 17,5). Como seguidores
de Jesús, sólo deberíamos escucharle a él: sus palabras, sus ideas, sus
actitudes, sus valores. En Jesús todo es importante, lo que nos dijo, lo que
calló, lo que hizo y cómo lo hizo.
Su grito y sus palabras nos interpelan.
Quedémonos en silencio acogiendo estas palabras.
Y una pequeña reflexión-examen para el
final:
Quien veía a Jesús, veía al Padre. Quien
nos ve a nosotros, sus seguidores, ¿a quién ve?