10 septiembre 2017. Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos”. El salmo nos habla de una potestad que en ocasiones creemos poseer, pero solo Dios la tiene en plenitud. Recordémoslo, para entender las lecturas de hoy. Él  nos conoce más profundamente que nosotros mismos: “todas mis sendas te son familiares”, pero nosotros no conocemos, en este grado, ni nuestro corazón, ni mucho menos el de nuestros semejantes.
En el Antiguo Testamento (Ezequiel 33 7-9),  Dios está pidiendo al profeta que sea atalaya en la casa de Israel. Aún en ese tiempo, donde la revelación no ha llegado a plenitud, Dios está indicando  que se avise al malvado. Si este no escucha  no pide al profeta que juzgue, el juicio se lo reserva para El. La misión del profeta termina en el aviso.
El Evangelio va más allá, nos está pidiendo llamar la atención al hermano, pero Mateo suaviza el acto sazonándolo de delicadeza. Presenta el tema de la corrección fraterna entre los creyentes. Este modelo lo podemos adaptar para toda persona y en diversos  ambientes: convivencia en el trabajo, familia, escuela, universidad….
Cuando yo entiendo que comete una falta el hermano, lo primero es hablarlo personalmente “vis a vis” (“Estando los dos a solas” (v.16). Evitando así el “clamor de la crónica y la habladuría de la comunidad” (Francisco). En la corrección debe darse una actitud de delicadeza, prudencia, humildad. Evitando, como diría Francisco, herir y matar al hermano. Matar la fama, el buen nombre del otro.  No debemos juzgar  a la ligera y humillar con la recriminación injusta  al otro en público,  bien en la familia, bien en el ambiente de trabajo y estudio.
Se habla entre los dos, nadie se da cuenta y en muchas ocasiones todo se acaba. Evitamos dejarnos llevar de la ira y el resentimiento y probablemente del insulto. El insulto es siempre injusto.
La corrección fraterna es consecuencia del mandato de Jesús que nos pide no juzgar al prójimo. Bien utilizada es un servicio mutuo que podemos prestarnos los unos a los otros. Antes de dirigirnos a otro debemos recordar que yo me equivoco muchas veces.
Francisco nos recuerda que cuando vamos a misa, somos invitados a reconocer que somos pecadores. Decimos: “Señor ten piedad, soy pecador, yo confieso mis pecados”. No decimos: “Señor ten piedad de este que está a mi lado, o de esta, que son pecadores”. Para ir bien a misa, tenemos dos condiciones: todos somos pecadores y a todos, Dios da su misericordia. Esto debemos recordarlo antes de ir al hermano para la corrección fraterna.

Acabemos estas reflexiones con un coloquio con Jesús.  San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.  Hoy no debemos dejar de pedir la gracia, de saber sazonar con delicadeza la corrección fraterna y también la gracia de saber aceptarla, cuando somos los recriminados.

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