“Me conoces cuando me siento o me
levanto, de lejos penetras mis pensamientos”. El salmo nos habla de
una potestad que en ocasiones creemos poseer, pero solo Dios la tiene en
plenitud. Recordémoslo, para entender las lecturas de hoy. Él nos conoce
más profundamente que nosotros mismos: “todas mis sendas te son
familiares”, pero nosotros no conocemos, en este grado, ni nuestro
corazón, ni mucho menos el de nuestros semejantes.
En el Antiguo Testamento (Ezequiel 33
7-9), Dios está pidiendo al profeta que sea atalaya en la casa de Israel.
Aún en ese tiempo, donde la revelación no ha llegado a plenitud, Dios está
indicando que se avise al malvado. Si este no escucha no pide al
profeta que juzgue, el juicio se lo reserva para El. La misión del profeta
termina en el aviso.
El Evangelio va más allá, nos está
pidiendo llamar la atención al hermano, pero Mateo suaviza el acto sazonándolo
de delicadeza. Presenta el tema de la corrección fraterna entre los creyentes.
Este modelo lo podemos adaptar para toda persona y en diversos ambientes:
convivencia en el trabajo, familia, escuela, universidad….
Cuando yo entiendo que comete una falta
el hermano, lo primero es hablarlo personalmente “vis a vis” (“Estando los
dos a solas” (v.16). Evitando así el “clamor de la crónica y la
habladuría de la comunidad” (Francisco). En la corrección debe darse una
actitud de delicadeza, prudencia, humildad. Evitando, como diría Francisco,
herir y matar al hermano. Matar la fama, el buen nombre del otro. No
debemos juzgar a la ligera y humillar con la recriminación injusta
al otro en público, bien en la familia, bien en el ambiente de trabajo y
estudio.
Se habla entre los dos, nadie se da
cuenta y en muchas ocasiones todo se acaba. Evitamos dejarnos llevar de la ira
y el resentimiento y probablemente del insulto. El insulto es siempre injusto.
La corrección fraterna es consecuencia
del mandato de Jesús que nos pide no juzgar al prójimo. Bien utilizada es un
servicio mutuo que podemos prestarnos los unos a los otros. Antes de dirigirnos
a otro debemos recordar que yo me equivoco muchas veces.
Francisco nos recuerda que cuando vamos
a misa, somos invitados a reconocer que somos pecadores. Decimos: “Señor ten
piedad, soy pecador, yo confieso mis pecados”. No decimos: “Señor ten piedad de
este que está a mi lado, o de esta, que son pecadores”. Para ir bien a misa,
tenemos dos condiciones: todos somos pecadores y a todos, Dios da su
misericordia. Esto debemos recordarlo antes de ir al hermano para la corrección
fraterna.
Acabemos estas reflexiones con un
coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor:
cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo
comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater
noster”. Hoy no debemos dejar de pedir la gracia, de saber sazonar con
delicadeza la corrección fraterna y también la gracia de saber aceptarla,
cuando somos los recriminados.