Purifico mi oración antes de comenzar,
le pido a Dios que haga Él lo que deseo pero soy incapaz de conseguir por mí
mismo: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina majestad”. Que
no me preocupe dedicar una parte extensa de mi oración en este primero momento,
en pedir al Espíritu Santo que sea Él quien haga en mí la oración, pues no
puede ser algo a mi medida, trabajado desde mis fuerzas. Es necesario abrirse a
la novedad de Dios sin reservas.
Dos luces en las lecturas de hoy:
1. A propósito
del salmo: “Te daré siempre gracias porque has actuado”, merece la pena
preguntarse: ¿qué experiencia tengo Señor, de que has actuado en mi vida?
o Has actuado no es actuaste. Hay
una conexión con el presente. ¿Vivo una relación viva con un Cristo vivo, o por
el contrario mi fe se basa en experiencias pasadas inconexas con mi vida
actual?
o Pedir gracia a nuestro Señor, haciendo un coloquio con Él, anhelando una de
fe viva, vibrante, conquistadora. Dios no puede ser un apéndice más en nuestra
vida de creyentes.
2. A propósito
del Evangelio: “La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le
pidieron que hiciera algo por ella”.
o Meterme en la escena, mirar los personajes, escuchar los comentarios que se
hacen en bajo… y sobre todo, fijarse en Jesús, viendo cómo acoge la petición
que otros hacen por esta mujer enferma.
o Muchas lecturas podrían hacerse de esta escena, de esta petición de ayuda.
Una de ellas es la que nos remite a la confianza que depositamos en la Iglesia,
en nuestra comunidad de vida cristiana, descubriendo en ella (y por medio de
ella) la acción de Dios en nuestra vida.
Reflectir sobre uno mismo, sacando
provecho de todo lo contemplado. El seguimiento del Señor no es complicado,
pero supone no dejar nada fuera, supone actualizar todo aquello que vivimos, y
ponerlo en su Presencia. Y vivirlo como Él. Y vivirlo junto a Él.
Ya lo decía Benedicto XVI, al
concluir los ejercicios espirituales para la curia romana, el 23 de febrero de
2013, antes del final de su pontificado.
Creer no es otra cosa que,
en la noche del mundo,
tocar la mano de Dios y así, en el
silencio,
escuchar la Palabra, ver el Amor.
No terminar la oración sin hacer
el examen, recogiendo el fruto del encuentro de hoy con el Señor:
dónde me esperaba, qué palabra tenía hoy para mí, cómo toca a mi vida…