“A Dios que concede el hablar y el
escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor, y
escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
En las lecturas de hoy se nos pide
abrirnos al Señor, ser tierra buena donde su semilla pueda echar raíces y
fructificar. Para ello, San Pablo nos dice que cumplamos los mandamientos. El
“cumplimiento de los mandamientos sin macha ni reproche” será la manera en la
que, cuando venga el dueño de la mies pueda encontrar nuestro árbol lleno de
fruto, donde buscan cobijo tantas y tantas alamas que como pájaros andan
volando de aquí a allá sin saber dónde posarse.
Siempre que hablamos de cumplimiento yo
por lo menos me pongo muy nervioso. Es posible que nos asalte la duda, el
recuerdo de nuestros pecados pasados y las malas hierbas de nuestra miseria
presente. Sin embargo, en el Evangelio vemos que nuestra vida, nuestro campo,
se compone de zarzas, de semillas que caen en los agobios de la vida, en la
tierra seca y muerta de nuestra miseria… pero el Señor nos pide un cachito de
tierra buena. Porque nosotros somos el campo y Él el agricultor. Es Él quien
hará el milagro de una fructuosa plantación si le dejamos un cachito de tierra
buena. “Él nos hizo y somos suyos”, déjate hacer, déjate moldear, y entrarás en
la casa del Señor dando vítores y con alabanzas. No nos lo terminamos de creer,
pero la Misericordia del Señor es eterna, Él hace el milagro de nuestra
perseverancia. El corazón noble y generoso que se menciona en el Evangelio es
el corazón que ama y se deja amar, ¿hay algo más noble y generoso que esto?
Si te ayuda, puedes preguntarte: ¿qué
partes de mi vida son tierra buena –mis virtudes, mis dones…-? ¿Doy gracias a
Dios por ello? ¿Qué parte de mi campo necesita de la mano del agricultor –malas
hierbas, sequedades…-? ¿Confío? ¿En qué quiero yo ser el agricultor y no
simplemente la tierra (tierra amada) que se deja hacer por el verdadero
agricultor?