Hoy nos ayuda la lectura de San Basilio, obispo y doctor de la
Iglesia, sobre el Sermón 11 sobre el Salmo «Quien habitará»
6,10-11.
“Veréis los ángeles subir y bajar sobre
el Hijo del hombre” (Jn 1, 51). Los ángeles suben por él y bajan por nosotros,
o mejor dicho, bajan con nosotros. Estos espíritus bienaventurados suben
por la contemplación de Dios y descienden para tener cura de nosotros y para
guardarnos en nuestros caminos. (Sal 91(90),11). Suben a Dios para
gozar de su presencia, bajan hacia nosotros para obedecer a sus órdenes, ya que
Dios les encargó de protegernos con sus cuidados. De todas formas, aunque
descendiendo hacia nosotros, no están privados de la gloria de su felicidad, ya
que ven, sin cesar, el rostro del Padre…
Cuando suben a la contemplación de Dios,
buscan la verdad que los colma sin interrupción, y buscándola se sacian de ella
constantemente. Cuando descienden ejercen hacia nosotros la misericordia ya que
nos amparen en todos nuestros caminos. Porque estos espíritus
bienaventurados son mensajeros de Dios que nos son enviados para nuestra ayuda. (Hb
1,14) Y en esta misión sirven, no a Dios, sino a nosotros. Imitan así la
humildad del Hijo de Dios que no ha venido para ser servido sino para servir y
que ha vivido entres sus discípulos como el que sirve. (Mt 20,28)…
Dios ha dado órdenes a sus ángeles, no
de quitarte de tu camino, sino de guardarte en él, de conducirte por los
caminos de Dios que ellos mismos siguen. ¿Cómo se hará esto? Me preguntas. Los
ángeles, a buen seguro, actúan con toda pureza y por puro amor, pero tú, por lo
menos, condicionado por tu ser de hombre, desciendes, condesciendes hacia tu
prójimo, dando pruebas de misericordia. Luego, a imitación de los
ángeles, levanta tu anhelo, y con todo el ardor de tu corazón, esfuérzate a
subir hasta la verdad eterna.
ORACIÓN FINAL:
Porque te has complacido, Señor, en la
humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de
Madre de tu Hijo y la has coronado de gloria y esplendor; por su intercesión,
te pedimos que, a cuantos has salvado por el misterio de la redención, nos
concedas también el premio de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.