Vamos a preparar nuestro rato de oración
para esta jornada que sin lugar es especial. Primero nos ponemos en la
presencia del Señor, sentimos que está a nuestro lado y que ha estado todo un
día y una noche esperando este momento: Haz un acto de amor al Dios
misericordioso que tenemos delante.
Hoy encuentro tres momentos para hacer
nuestra oración. En primer lugar la lectura de la primera parte del Evangelio
de hoy: es una cadena enorme de nombres que comienzan con Abrahán y terminan en
Jesús. Fruto de esta lectura es que podemos afirmar que Jesús es uno de los
nuestros, que además de ser Dios también es hombre. A mí me ayuda a sentir a
Jesús más cercano. Se puede investigar quienes son todos estos personajes que
aparecen en la genealogía de Jesús: aparecen grandes reyes, grandes hombres y
mujeres; también aparecen grandes pecadores, ladrones, prostitutas. Dios no ha
rechazado a nadie: es uno de los nuestros.
Esta genealogía no es la de la Virgen
sino la de José. José es quien da a Jesús el pertenecer a la casa de David y a
la tribu de Judá; según parece, la Virgen procedía de una familia sacerdotal.
En la segunda parte del Evangelio se nos describe cómo era José: era un hombre
bueno, justo. Te invito a unirte a José para sentir lo que sintió él en esos
momentos; el texto nos lo narra con toda claridad: la angustia y la pena se
había apoderado de su corazón. Hasta que el ángel se encarga de aclararle las
cosas.
En tercer lugar te invito a acercarte a
la Virgen niña, recién nacida. En su nacimiento se ha dado uno de los milagros
más grandes de la historia: ha nacido sin pecado original, es la Inmaculada
Concepción. Esa niña, recién nacida, será un día mi Madre y tu Madre; es el ser
más grande creado por Dios ya que Jesucristo es “engendrado, no creado”. Te
invito a pasar el tiempo que te queda de oración sosteniendo a la Virgen en
brazos, acunándola, diciéndole cosas muy sencillas al oído; Ella te escucha y
lo más seguro es que te conteste a ese coloquio.