Empezamos nuestra oración siendo
conscientes de la presencia de Dios en nosotros. Si potenciamos esta idea al
inicio de la oración ya tendremos hecha gran parte de ella. En este mes tan
mariano, por el número de fiestas de la Virgen que hay en él, no olvidemos invocarla
y pedirle que nos meta en el corazón de Dios. Y de la mano de Santa
María haremos la meditación de las lecturas que hoy ofrece la Iglesia,
pues nos transmiten una virtud que Ella practicó siempre. Se trata de la virtud
de la esperanza.
De la primera lectura se puede denotar
claramente la situación por la que atravesaban los cristianos de Tesalónica. Su
fe se había debilitado. La realidad palpable de la muerte siempre ha
sido difícil de asumir, también lo fue para los primeros cristianos.
Estaban preocupados por la suerte de los que habían muerto y, por lo tanto, por
su propia suerte después de muertos. Ese tránsito a lo desconocido, pasar a un
estado del que no se tiene experiencia sensible, nos puede descolocar si lo
miramos sin fe. A nosotros nos puede pasar lo mismo. Nos podemos plantear la
pregunta de manera personal: ¿Vivo con esperanza? o si
quieres: ¿Me fío de Dios? ¿Lo espero todo de Él?... ¿Me empeño
mucho en tener todo bajo control, como si todo dependiera de mí?... A los
tesalonicenses, Pablo les anima diciendo: “Si creemos que Jesús ha
muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de
Jesús, los llevará con él… Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos,
pues, mutuamente con estas palabras”. Pablo tuvo una experiencia
con el Resucitado y se convirtió así en signo de esperanza, igual que la Virgen.
Muchos de nosotros también hemos tenido esa experiencia, quizá hace poco en
Ejercicios Espirituales durante el verano, pero con el pasar de los días, los
meses y los años, se nos va enfriando el amor, se debilita nuestra fe. Hoy
es momento de renovar ese amor que encuentra como única fuente para su
desarrollo a la esperanza.
Abramos la puerta a la esperanza. Jesús
es nuestra esperanza: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad
a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”. Escucha
al Señor diciéndote: “Hoy se cumple esta Escritura que acabas de oír”. Hoy
es momento de volver a empezar, de ser nueva creación, de renacer en Él.