En este inicio de curso cómo suenan
estas palabras de san Pablo: “Lo primero de todo, que se hagan súplicas,
oraciones, peticiones, acciones de gracias por toda la humanidad”. Cada inicio
de curso, como también cada inicio de año, es un momento de renovar la vida, de
recomenzar junto al Señor una vida nueva. Y san Pablo nos indica el primer paso
que hemos de dar en esa nueva vida: acudir mediante nuestra oración al Señor.
Nosotros no podemos renovar nuestra vida. Si comenzar una vida nueva dependiera
de nuestros propósitos, de nuestras ilusiones, de nuestras determinaciones,
cada inicio de curso se convertiría en un volver a comenzar que siempre
fracasa, y no tendría cabida la alegría, la ilusión y la esperanza sino el
cansancio y la rutina.
Pero es Dios quien renueva nuestra vida
y nosotros le acompañamos en esa acción renovadora abriéndole las puertas de
nuestra libertad. Él es quien trae la alegría, la ilusión y la esperanza.
Porque Él sí puede cambiarnos, porque Él no fracasa, como ya ha demostrado año
a año, curso a curso. Como le demuestra en el Evangelio al centurión que le
abre las puertas de su casa. Otros cursos quizá no ha cambiado lo que nosotros
deseábamos o lo que considerábamos más importante o urgente, pero tenemos la
experiencia de que ha tocado algo de nuestra vida para transfigurarlo. Por eso,
como dice san Pablo, lo primero es acudir a Él. Más cuando no sólo nuestra vida
necesita de su gracia, sino todo el mundo, tras las amenazas de este verano del
terrorismo, de la guerra y, también nuestro país, roto en este inicio de curso.
Pidamos también “por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para
que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto”.
Más también en este inicio de semana en que vamos a trabajar por su Reino, para
que vivamos desde Él las alegrías, los trabajos, los cansancios, las rutinas.
Para que al final de este día, de esta semana, de este curso podamos cantar con
el salmo: “Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante”.