10 febrero 2018. Sábado de la V semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Preparamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús, invocando al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las invocaciones: “Ven Espíritu Santo”, “ven dulce huésped del alma”.
Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle”.   No nos olvidamos de san José, nuestro maestro de oración. Le invocamos: “san José enséñanos a orar, cuida de nuestra perseverancia”.
Hacemos la composición de lugar, viendo con nuestra imaginación a Jesús rodeado de mucha gente en un monte, el Maestro empieza a pensar que llevan tiempo sin comer y deberían tomar algo antes de marcharse.
En las dos primeras lecturas, encontramos a los hombres olvidándose de Dios y sustituyéndole por becerros de oro. En el evangelio, sin embargo, encontramos un Dios que está pendiente de los hombres, interviniendo en la historia, no para algo espectacular, grandioso, llamativo. Dios va a intervenir en la historia de una gente sencilla, para utilizar su poder y darles de comer. Como la hierbecita que todas las mañanas recibe la gota de rocío, así nuestro Señor está pendiente de la necesidad de quien le sigue.
Este pan que el Señor manda repartir, es un anticipo de su “pan de vida”.  Como ocurría cuando recibían el “maná” de Moisés, pasado un tiempo los judíos volverán a tener hambre. Jesús aprovechará este momento para hablar a continuación del auténtico “pan”. “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”. (Jn.6,35).  Jesús se está dando a sí mismo para saciar el hambre que no desaparece con el alimento físico, es ese “hambre” que está en el interior de cada hombre, es un anhelo constitutivo de su naturaleza.  “Nos hiciste para ti Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que en ti descansa” (san Agustín).
Hagamos balance de nuestro rato de oración y agradezcamos al Señor el “pan de vida” que cada día podemos recibir de alimento.

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