Cada vez que lo hicisteis con uno de
estos, mis hermanos, más pequeños, conmigo lo hicisteis
Me pongo en presencia de Dios en este
lunes dentro del tiempo de cuaresma. Medito sobre la palabra Cuaresma.
Cuarenta días de oración, amando y sirviendo con alegría.
Unidos podemos más. Como el sarmiento a la vid, nosotros
unidos a Dios.
Ayudar al necesitado.
Rezar a Dios por vivos y difuntos.
Enseñar al que no sabe.
Silencio interior para acercarme con alegría a Dios.
Misericordia de Dios cada día cantaré. María, madre de
misericordia.
Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno
mismo.
Jesús me amó hasta el extremo.
Nos dice la lectura: Sed
santos…
¿Cómo puedo yo ser santo? ¿Cómo puedo
ser mejor cada día?
A mí me ayuda recibir a Jesús a
primera hora de la mañana en la misa y poder llevarlo todo el día conmigo.
Pensar que él va conmigo y me ayuda me da fuerza; me ama, me cuida. Así, con
esta fuerza, puedo amar a mi prójimo.
El Salmo: tus palabras Señor
son espíritu y vida.
El Evangelio nos presenta las
Bienaventuranzas. Recuerdo el año 82 a San Juan Pablo II que nos
presentó este pasaje en pleno estadio Santiago Bernabéu. Vencer el mal con la
abundancia de bien.
Creemos que un día seremos juzgados,
que toda nuestra vida será colocada bajo la luz de Dios. Entonces nos interesa
saber qué criterios usará Dios, que tendrá en cuenta, qué es lo que más le
interesa. No vale la pena detenerse en discusiones teológicas, porque este
texto del Evangelio nos da una respuesta tan clara que no deja dudas. Lo que
contará será lo que hicimos o dejamos de hacer por los demás, especialmente por
los más pobres y pequeños. En esta narración, los que son elogiados por sus
obras de misericordia se asombran porque no lo hicieron con una intención
religiosa ni descubriendo a Cristo en los demás. Pero basta que hayan decidido
salir de su egoísmo cómodo para preocuparse por los que están mal. Eso es
suficiente para ser benditos del Padre Dios.
Haznos vivir la santidad con
sencillez y alegría, haciendo con amor la cosas de cada día.