Discernimiento,
precepto y calma. Son las tres palabras-síntesis con las que podríamos definir
las lecturas de hoy. Discernimiento en el caso de la oración de Salomón.
Preceptos de los que habla el salmo. Por otra parte, la calma y lugar tranquilo
es el tono del evangelio.
Ese lugar
tranquilo y ser enseñados con calma del evangelio, podríamos sin duda aplicarlo
a nuestro tiempo de contemplación. De hecho, nos dice Sta. Teresa, “¿Qué otra
cosa es oración que tratar de amistad con quien sabemos que nos ama?”. “Venid
vosotros a un lugar tranquilo”, dice Jesús. Valoramos pues la oración diaria
desde esa invitación del Señor. El tono, sugerente y amable, sin duda que nos
anima y hace que lo aceptemos serenamente. Un lugar y un tiempo tranquilo que
necesita además nuestra mente y nuestro cuerpo. Todo el ser es el que ora, es
decir, el que puede preparar las mejores condiciones de abrirse a la
transcendencia.
Desde aquí,
parece que se llega naturalmente a esa serenidad de espíritu que propicia
nuestra apertura a las palabras del Señor; “se puso a enseñarles con calma”.
Ser enseñado por el mismo Jesús, acerca de lo que soy, de lo que estoy llamado
a ser, de lo que debo vivir y del papel que juegan las cosas, los
acontecimientos y las personas en mi vida.
Aprendemos en
todo ello algunas lecciones para nuestra vida. Nos hablan de la importancia del
lugar y tiempos tranquilos para escuchar de Dios lo que queremos o debemos
hacer. “La acción vital, de un
principio interior procede, y por un impulso exterior fácilmente
se destruye” (León XIII). Lección de tranquilidad y calma en el trato con
nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y en las mil vicisitudes
diarias.
La primera lectura, sobre el rey Salomón, cuando es requerido por el Señor
mismo a pedirle lo que quiera, refuerza ese mensaje central del evangelio. De
hecho, ¿Cómo y dónde se adquiere ese corazón dócil para gobernar y la capacidad
para discernir el bien del mal? Se me ocurre que proceden del mismo Dios y se
conceden al que, desde su verdad (humildad) y confianza, se pone en actitud
orante.
La guía para gobernarse y gobernar, parece entonces que es vivir esos
mandamientos dados por el Señor. Hay una insistencia machacona en el Salmo
sobre este hecho. En cada estrofa, y en el mismo estribillo, se indica de una u
otra manera; “tus leyes; tus palabras, tus mandamientos, tus consignas, tus
preceptos”. Pero aprendidos y vividos desde la “cordialidad”, desde el corazón.
Así parece indicarlo el salmista. “Bendito eres…, te busco de todo corazón…, mi
alegría es…, en mi corazón escondo…, mis labios van enumerando...”
Con todo lo que vamos comentando, seguro que se ha ido dibujando un perfil.
Ha ido apareciendo una silueta de mujer en quien esto es posible, es verdad. Y
lo vive de manera continua y con una sencillez que, a la vez nos atrae y nos
sorprende. En efecto, nuestra madre La Virgen es la que animaba a “permanecer
en oración esperando el don del Espíritu Santo”. Y la que guardaba todas las experiencias de
su Hijo Jesús, muy dentro del corazón. ¡Qué regalo para nuestras vidas haber
sido bendecidos con el conocimiento y amor de esta tiernísima madre!