12 febrero 2018. Lunes de la VI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


«Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla»
En el Evangelio de hoy Jesús deja a sus interlocutores sin respuesta y se marcha lejos, a la otra orilla del lago, poniendo una barrera física de por medio. Qué triste debió de marcharse Jesús aquel día. Tener que alejarse de los hombres, precisamente Él, que había venido para que las almas tengan vida y la tengan en abundancia. La oración es un encuentro con Jesús quien nos ama incondicionalmente, pero debemos prepararla -buscar un lugar conveniente y apartado del bullicio- y prepararnos, estar atentos a los gestos, a los pequeños detalles, antes y durante la oración. San Juan de Ávila, un gran maestro espiritual recomendaba «desocuparse de todos los negocios y de toda conversación» y suplicar a Dios «que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas».
En primer lugar, podemos meditar los consejos y recomendaciones que nos da el apóstol Santiago. Cuando escribe esta carta ya es un experto conocedor del corazón humano, conoció personalmente al Señor y lo siguió de muy de cerca. Con los demás apóstoles y discípulos ha compartido los gozos y la fatiga de la primera evangelización. Así pues, con la luz del Espíritu Santo y desde su propia experiencia, no desde la teoría leída o escuchada a través de las ondas, nos dice que nos tengamos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas. Sabed que, al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia. Y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna. Y si, como es lo más natural nos sentimos sin fuerzas y desanimados, con constancia y mucha confianza en Jesús pidámosle nos fortalezca en las pruebas y dificultades. Pidamos que Él sea nuestra fortaleza y seguridad, tanto si somos pobres como si somos ricos. Si pobres, pensemos en nuestra alta dignidad y si ricos en nuestra pobre condición. Ante el Señor todos somos iguales, humildes criaturas que como la hierba del campo o la flor silvestre perecen en breve. Recuerdo ahora el ejemplo de un sacerdote peruano, el Padre Juan Serpa que dedicó todo su sacerdocio a los más pobres y en particular a los jóvenes, fundando una obra social y educativa en Lima. Él repetía a su gente: “nadie es tan pobre que no pueda compartir con los demás lo que tiene, ni tan rico que no necesite de los otros”.
Y en el Evangelio, un grupo de fariseos discuten con Jesús y para ponerlo a prueba, le piden un milagro en el cielo. Jesús, al conocer sus intenciones se sintió muy apenado y sin responderles, los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla. Me pregunto, ¿por qué el Evangelista nos narra este pequeño hecho, aparentemente breve y sin importancia? Creo que la respuesta está en la enorme tristeza que mostró Jesús ante estos hombres y que debió impresionar mucho a los discípulos quedando fuertemente grabada en su memoria. Sabemos por experiencia que los acontecimientos que van acompañados de fuertes emociones se quedan grabados en la memoria y que resisten el paso del tiempo. Jesús se marchó muy triste. Posiblemente la conversación con los fariseos fue larga, dice el evangelista que discutían. Seguro que había puntos en los que estaban de acuerdo, quizás más de los que cabría suponer. Pero, debió llegar un momento en que los prejuicios y las actitudes mezquinas se impusieron en los fariseos y para terminar, le dicen a Jesús que solo si hace un signo impresionante en el cielo le creerán. ¿Pero cuánto de poderoso tenía que ser el signo? Y es que para el que no quiere creer, ni aunque resucite un muerto es suficiente, pues siempre encontrará un argumento a su favor.
Reflexionemos sobre el Evangelio en diálogo sereno y confiado con el Señor. Consolemos su divino corazón con una actitud de escucha y de entrega incondicional. Que para nosotros nos basta su presencia y su palabra. Que creemos en Él y que, si alguna vez le fallamos, no nos deje, que nunca se vaya de nuestro lado.
Reflexión final: terminamos con estas ideas de Abelardo que nos pueden ayudar a estar siempre con Jesús, a no apartarnos de su lado:
«Piensa que llevas dentro a tu Dios, y por tanto hagas lo que hagas y estés donde estés, goza de esa gran compañía. Lo sientas o no lo sientas, sea más visible o sensible o no. No pidas nada ni rechaces nada, que ya sabe Él que existes. Él lo sabe todo, lo puede todo y te ama. Abandónate en sus brazos».

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