«Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue
a la otra orilla»
En el Evangelio de hoy Jesús deja a sus interlocutores sin
respuesta y se marcha lejos, a la otra orilla del lago,
poniendo una barrera física de por medio. Qué triste debió de marcharse Jesús
aquel día. Tener que alejarse de los hombres, precisamente Él, que había
venido para que las almas tengan vida y la tengan en abundancia. La
oración es un encuentro con Jesús quien nos ama incondicionalmente, pero
debemos prepararla -buscar un lugar conveniente y apartado del bullicio- y
prepararnos, estar atentos a los gestos, a los pequeños detalles, antes y
durante la oración. San Juan de Ávila, un gran maestro espiritual recomendaba
«desocuparse de todos los negocios y de toda conversación» y suplicar
a Dios «que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas
palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas».
En primer lugar, podemos meditar los consejos y
recomendaciones que nos da el apóstol Santiago. Cuando escribe esta carta ya es
un experto conocedor del corazón humano, conoció personalmente al Señor y lo
siguió de muy de cerca. Con los demás apóstoles y discípulos ha compartido los
gozos y la fatiga de la primera evangelización. Así pues, con la luz del
Espíritu Santo y desde su propia experiencia, no desde la teoría leída o
escuchada a través de las ondas, nos dice que nos tengamos por muy dichosos
cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas. Sabed que, al
ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia. Y si la constancia llega hasta
el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna. Y si, como es
lo más natural nos sentimos sin fuerzas y desanimados, con constancia y mucha
confianza en Jesús pidámosle nos fortalezca en las pruebas y dificultades.
Pidamos que Él sea nuestra fortaleza y seguridad, tanto si somos pobres como si
somos ricos. Si pobres, pensemos en nuestra alta dignidad y si
ricos en nuestra pobre condición. Ante el Señor todos somos
iguales, humildes criaturas que como la hierba del campo o la flor silvestre
perecen en breve. Recuerdo ahora el ejemplo de un sacerdote peruano, el Padre
Juan Serpa que dedicó todo su sacerdocio a los más pobres y en particular a los
jóvenes, fundando una obra social y educativa en Lima. Él repetía a su gente: “nadie
es tan pobre que no pueda compartir con los demás lo que tiene, ni tan rico que
no necesite de los otros”.
Y en el Evangelio, un grupo de fariseos discuten con Jesús y
para ponerlo a prueba, le piden un milagro en el cielo. Jesús, al conocer sus
intenciones se sintió muy apenado y sin responderles, los dejó, se
embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla. Me pregunto, ¿por qué el Evangelista
nos narra este pequeño hecho, aparentemente breve y sin importancia? Creo que
la respuesta está en la enorme tristeza que mostró Jesús ante estos hombres y
que debió impresionar mucho a los discípulos quedando fuertemente grabada en su
memoria. Sabemos por experiencia que los acontecimientos que van acompañados de
fuertes emociones se quedan grabados en la memoria y que resisten el paso del
tiempo. Jesús se marchó muy triste. Posiblemente la conversación con los
fariseos fue larga, dice el evangelista que discutían. Seguro que había puntos
en los que estaban de acuerdo, quizás más de los que cabría suponer. Pero,
debió llegar un momento en que los prejuicios y las actitudes mezquinas se
impusieron en los fariseos y para terminar, le dicen a Jesús que solo si hace
un signo impresionante en el cielo le creerán. ¿Pero cuánto de poderoso tenía
que ser el signo? Y es que para el que no quiere creer, ni aunque resucite un
muerto es suficiente, pues siempre encontrará un argumento a su favor.
Reflexionemos sobre el Evangelio en diálogo sereno y confiado
con el Señor. Consolemos su divino corazón con una actitud de escucha y de
entrega incondicional. Que para nosotros nos basta su presencia y su palabra.
Que creemos en Él y que, si alguna vez le fallamos, no nos deje, que nunca se
vaya de nuestro lado.
Reflexión final:
terminamos con estas ideas de Abelardo que nos pueden ayudar a estar siempre
con Jesús, a no apartarnos de su lado:
«Piensa que llevas dentro a tu Dios, y por tanto hagas lo que
hagas y estés donde estés, goza de esa gran compañía. Lo sientas o no lo
sientas, sea más visible o sensible o no. No pidas nada ni rechaces nada, que
ya sabe Él que existes. Él lo sabe todo, lo puede todo y te ama. Abandónate en
sus brazos».