De las “Semblanzas” del padre
Morales, recordando su doctrina y su espiritualidad en esta gran fiesta del
Señor y de la Virgen, primera de nuestras celebraciones en este año jubilar.
“Para captar la significación
profunda de esta fiesta hay que situarla en la perspectiva de las solemnidades
que integran el ciclo de la Encarnación dentro del Año Litúrgico: Navidad,
Epifanía, Presentación.”
“Navidad es luz que en bella y
poética progresión va desplazando las tinieblas. El 25 de diciembre, "la
Luz brilló en las tinieblas". Entonces fueron muy pocos los que la
recibieron: la Virgen, José, los pastores. En Epifanía, la Luz envolvió a
Jerusalén, la Iglesia. Los Magos, pioneros nuestros en la fe, adoran al
Niño-Dios. Hoy, en la Presentación, la Luz arde en brazos de la Virgen. Ella la
entrega a Simeón, a la Iglesia, a cada uno de nosotros.”
“La Purificación es María dándonos a
Dios, poniéndolo en nuestros brazos, haciendo su papel de Madre de la Iglesia.
Lo inició con pastores y magos, lo repitió con Simeón y Ana, lo realiza con
cada uno en este día delicioso. Dejémosla que lo haga. Está deseándolo, pero
quiere respetar nuestra libertad. Abramos de par en par nuestros brazos. Ella
depositará a su Hijo divino en nuestro corazón.
“La Virgen ofrece a Jesús una fe
despojada de toda inquietud y de toda complacencia humana. Una fe que nace de
la incomparable pureza de su amor. Contemplemos embelesados la escena. Ha
llegado al templo. Está cerquita de S. José. Estémoslo también nosotros.
"Personas de oración -dice Sta. Teresa-, siempre le debían ser
aficionadas. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso
santo por maestro, y no errará el camino" (Vida, 6,8).
María levanta al Niño en sus brazos.
Lo eleva al cielo entre sus manos maternales. Ofertorio emocionante. Durante
nueve meses Ella ha sido copón virginal que misteriosamente guardaba a Cristo.
Sus entrañas purísimas, sagrario amoroso en que lo veneraba. Ahora es custodia,
ostensorio. Lo muestra a la adoración de todos. Es el primer ofertorio del
mundo. Sus manos son patena inmaculada que ofrece al Padre la Hostia Pura.
Preludiando millones de ofrecimientos, dirá: "Recibe, Padre santo, Dios
Todopoderoso y Eterno, esta Inmaculada Hostia, Jesucristo". El corazón se
le escapa hacia el cielo. Sus ojos, fijos en la altura, ven cara a cara a Dios
Padre. Uno de esos momentos de su vida en que, al decir de muchos teólogos, vio
a Dios como si estuviese ya en el cielo.
Así, extasiada, ofrece a
Jesús. Lo que más quiere, lo único que ardientemente ama. Y lo ofrece para
sufrir. En seguida oirá a Simeón: "Será ruina y resurrección en Israel,
signo y bandera de contradicción". Un ofertorio amoroso lleno de lágrimas.
La Virgen, con el corazón traspasado, eleva en sus manos la Hostia Santa. El
Varón de dolores de Isaías, destrozado por nuestros crímenes, baña en lágrimas
los ojos de María.
Y Ella se ofrece con
Él y en Él. No puede separarse. Identifica para siempre su suerte con Jesús. La
Virgen es modelo de nuestros ofertorios. No podemos dejarle solo ofrecerse en
la Misa. Ángela de Foligno no acertaba a participar en el Santo Sacrificio, sin
que se desarrollase su espíritu de entrega e inmolación. María sabe lo que le
espera... Se ofrece con prontitud y generosidad. Con Él y en Él, la mañana del
día de la Purificación, dará a Dios Padre, en unidad con el Espíritu Santo,
todo el honor y toda la gloria para salvación del mundo.
La Virgen nos ofrece ¡con
qué indecible amor! Triple y única ofrenda: Jesús, Ella, nosotros. Única a los
ojos del Padre que contempla toda la Familia Iglesia.”