Antes de iniciar nuestro rato de
oración, nos ponemos en la presencia del Señor; le hacemos presente en nuestra
vida y, lo más importante, hacemos un acto de amor de ofrecimiento como víctima
a su amor misericordioso: Señor, aquí me tienes; te amo y quiero sentir que me
amas.
La
primera lectura de la misa de hoy nos da una lección con la que tenemos que
estar prevenidos: Caer en el pecado de la idolatría siempre es posible. Con el
tiempo nos vamos aburguesando y le fallamos al Señor en el primer amor. En
nuestro caso no van a ser otras estatuas ni becerros de oro, pero sí que
tenemos peligros que nos acechan. Cada uno es sensible a dejarse llevar de los
ídolos de nuestro tiempo: la comodidad, el sentirse alagados, las redes
sociales son uno de los templos actuales: para muchas personas es necesario
contar a todo el mundo lo que hacen en cada momento de su vida. Te propongo que
en tu vida y en la mía nos pase lo mismo y que sea necesario para nosotros
contarle al Señor todo lo que hacemos en todo momento. Conéctate a la red del
cielo y habla continuamente con el Señor.
El
texto que leemos hoy de san Marcos nos confirma que el Corazón de Dios es
especialmente sensible a la humildad. La humildad y sencillez de la Virgen
encandiló el Corazón de Dios hasta el punto de hacerla su Madre. En este texto
la humildad de una mujer pagana, y puesta a prueba por el Señor, consigue que
se haga el milagro que quiere: “Deja que se sacien primero los hijos. No está
bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos” Y ella replica:
“Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran
los niños”. Este acto de humildad encandila a Jesús y le concede todo lo que
ella quiere.
Pero
Jesús no está pasivo en la escena; en primer lugar es Él, el que sale de su
tierra y se va a tierra pagana buscando a esta mujer: Dios dejó su cielo y vino
al mundo a buscarnos; Él estaba en lo alto y, viendo al hombre hundido en su
miseria, se abajó hasta hacerse hombre. Lleno de compasión, pudo realizar lo
que era conforme a su piedad: vino hasta el pecador.
Da
gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los
hombres. Y termina este rato de oración con un coloquio con Nuestra Señora.
Ella, que ponderaba todo esto continuamente en su corazón, sabe mucho de cómo
hacer que se manifiesta la piedad del Señor.