8 febrero 2018. Jueves de la V semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Antes de iniciar nuestro rato de oración, nos ponemos en la presencia del Señor; le hacemos presente en nuestra vida y, lo más importante, hacemos un acto de amor de ofrecimiento como víctima a su amor misericordioso: Señor, aquí me tienes; te amo y quiero sentir que me amas.
La primera lectura de la misa de hoy nos da una lección con la que tenemos que estar prevenidos: Caer en el pecado de la idolatría siempre es posible. Con el tiempo nos vamos aburguesando y le fallamos al Señor en el primer amor. En nuestro caso no van a ser otras estatuas ni becerros de oro, pero sí que tenemos peligros que nos acechan. Cada uno es sensible a dejarse llevar de los ídolos de nuestro tiempo: la comodidad, el sentirse alagados, las redes sociales son uno de los templos actuales: para muchas personas es necesario contar a todo el mundo lo que hacen en cada momento de su vida. Te propongo que en tu vida y en la mía nos pase lo mismo y que sea necesario para nosotros contarle al Señor todo lo que hacemos en todo momento. Conéctate a la red del cielo y habla continuamente con el Señor.
El texto que leemos hoy de san Marcos nos confirma que el Corazón de Dios es especialmente sensible a la humildad. La humildad y sencillez de la Virgen encandiló el Corazón de Dios hasta el punto de hacerla su Madre. En este texto la humildad de una mujer pagana, y puesta a prueba por el Señor, consigue que se haga el milagro que quiere: “Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos” Y ella replica: “Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”. Este acto de humildad encandila a Jesús y le concede todo lo que ella quiere.
Pero Jesús no está pasivo en la escena; en primer lugar es Él, el que sale de su tierra y se va a tierra pagana buscando a esta mujer: Dios dejó su cielo y vino al mundo a buscarnos; Él estaba en lo alto y, viendo al hombre hundido en su miseria, se abajó hasta hacerse hombre. Lleno de compasión, pudo realizar lo que era conforme a su piedad: vino hasta el pecador.
Da gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Y termina este rato de oración con un coloquio con Nuestra Señora. Ella, que ponderaba todo esto continuamente en su corazón, sabe mucho de cómo hacer que se manifiesta la piedad del Señor.

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