“Dios en ti” es un libro que se acaba de
publicar donde se recogen las enseñanzas de los grandes de la mística renana
(del Rin, Alemania) el maestro Eckert, Suso y Taulero anteriores a los místicos
españoles del s. XVI. Podemos empezar nuestra oración en la presencia de Dios,
repitiendo la oración de san Ignacio: “Que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean encaminadas en servicio y alabanza de ti Señor”, para pasar
inmediatamente a poner en nuestro corazón estas tres palabras con las que hemos
empezado estos puntos: “Dios en ti” y reflectir sobre mí para sacar tan gran
provecho: “Dios en mi”. Bastaría esto para tener un buen y grande rato de
oración, pensando que Dios mora en ti, en mí, en todos los hombres y dejarle a
Él que haga nuestro rato de oración.
Y lo podemos arrancar con las ideas que
nos daba el Papa en días pasados al comentar en su audiencia, La Eucaristía, al
hablar de la Liturgia, nos decía que debemos hacer oración con las oraciones de
la Liturgia de la Misa:
Así hoy nada más empezar nos dice: “Da
luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, para que no diga mi enemigo:
“Le he podido” (Sal 12,4-5). La muerte es el pecado. Estamos en tiempo de
conversión, “este es el tiempo aceptable” nos dirá san Pablo, ¿para qué? Para
convertirnos, enderezar nuestros caminos, nuestros pasos torcidos. Y la muerte,
el pecado, nos viene por la pereza, nos cansamos de todo, lo hacemos con
rutina, como mercenarios, funcionarios a sueldo y Dios no entiende de sueldos,
sino de gloria y de vida eterna. De soberbia, la queja es una forma de
soberbia, de desconfianza, de indiferencia, falta de interés en el trabajo, en
el estudio, estudiando ahora más cuando menos ganas tengo, cuidando el horario
detrás del cual está la voluntad de Dios y “Dios en ti”.
Por eso “Da luz a mis ojos, Señor…”
porque “el que sigue el buen camino verá la salvación de Dios” (Sal49) Solo con
la Luz del Señor podemos seguir su camino, solo si “ÉL está en ti” puedes
caminar seguro, cumplir tus tareas, no quejarte, transmitir alegría,
la alegría del que va dentro de ti, al que haces presente en este
rato de oración para que luego lo siga estando durante el resto del
día y dodos los días en todo tiempo y lugar.
“Santifícanos, Señor, purifícanos de
nuestros vicios y pecados, condúcenos con tu luz que desde dentro nos empuja
hacia los bienes del cielo”.
La Virgen nos acompaña en esta travesía
de la Cuaresma y pone en nosotros esos deseos de conversión, como lo haría con
Jesús cuando se retiró al desierto a orar y fue tentado para que, así como El
venció al enemigo, podamos vencerlo con su ayuda y con la seguridad de que lo
llevamos siempre dentro por pura gracia suya.