11 febrero 2018. Domingo VI del Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Puntos de oración


Hoy confluyen varias circunstancias que hacen de este día una oportunidad para una oración viva y llena de fe. Es domingo, el día del Señor, consagrado al descanso y a la alabanza; es el aniversario de las apariciones de la Virgen en Lourdes y, por ello, Jornada Mundial del Enfermo; por fin, hoy es un día jubilar en el Año dedicado al Venerable P. Tomás Morales.
Nos ayudará tomar como punto de partida la Palabra de Dios, principal fuente de la oración. El evangelio nos narra la curación del leproso por parte de Jesús. El leproso se acerca a Jesús y, de rodillas, le suplica: “Si quieres, puedes limpiarme”. Nos habla el evangelista de tres acciones de Jesús: su corazón se compadece, su mano toca al enfermo y sus labios dicen con misericordia: “quiero, queda limpio”. Jesús expresa su bondad y misericordia con el leproso con toda su persona: su corazón, sus manos, su palabra. Al extender la mano y tocarle, su misericordia se vuelve ternura, pues nadie se atrevía a tocar a un leproso, que vivía así, en un doloroso aislamiento.
El Mensaje del Papa Francisco para esta XXVI Jornada Mundial del Enfermo nos habla de “la tarea de la Iglesia, que sabe que debe mirar a los enfermos con la misma mirada llena de ternura y compasión que su Señor”. Y para esta labor de cuidar, el Papa nos pone un gran modelo: la vocación materna de María. La Iglesia, es decir, todos nosotros, estamos llamados, al igual que María, a cuidar unos de otros y especialmente de los enfermos y de aquellos que pasan alguna necesidad. Así pondremos en marcha esa revolución de la ternura iniciada por el Hijo de Dios hecho carne, de la que nos habla el Papa, y cuyo gran modelo es María: “Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño” (Evangelii Gaudium).
Cada vez que miramos a María... Hoy miramos a la Inmaculada, que se mostró en Lourdes para traer un mensaje de misericordia. La miramos con los ojos de Bernardita: “Alcé los ojos, miré hacia el hueco de la peña. Vi que se movía un rosal silvestre que había en la entrada... Advertí luego en el hueco un resplandor. En seguida apareció sobre el rosal una mujer hermosísima, vestida de blanco. Me saludó inclinando la cabeza. Retrocedí asustada... Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Al abrirlos de nuevo, vi que la aparición me sonreía. Me hacía señas para que me acercase. Pero yo no me atrevía. No es que tuviese miedo, pues el miedo hace huir, y yo me hubiera quedado mirándola toda la vida”.
La Inmaculada nos invita en seguida, después de sentir su ternura, a mirar hacia donde Ella mira: hacia los enfermos, necesitados de compañía, hacia los pecadores, necesitados de la gracia de Dios. Lourdes es un lugar de sanación para el cuerpo y para el alma. El Venerable Padre Morales, después de mirar a la Inmaculada se convirtió en sus manos para todos, especialmente para los jóvenes: “Durante su larga vida de apostolado, siempre y por todos los medios, buscó con gran celo la gloria de Dios y la salvación de las almas, especialmente jóvenes, que fueron su prójimo predilecto. Un hombre enamorado de Dios, lleno de fe y esperanza, que con su entrega ayudó al prójimo en las necesidades materiales y espirituales” (Decreto sobre virtudes).
Aquí tenemos un programa para este día, pues el domingo es un día para practicar las obras de misericordia, y para toda la cuaresma que pronto empezaremos. Pidamos hoy por los enfermos que conocemos y vivamos estas palabras del papa Francisco, tan en consonancia con el evangelio de la curación del leproso:
“Cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!” (Evangelii gaudium).

Archivo del blog