¡Me encanta la libertad que tienen los
discípulos para preguntar al Maestro, cuando ya se ha retirado la gente, y se
quedan a solas con El...! Esto denota confianza y familiaridad. Nosotros
también tenemos que tener confianza y familiaridad con Jesús en nuestra oración
diaria, y deberíamos atrevernos a preguntarle lo que deseamos saber en
profundidad sobre sus palabras… Basta que el Señor vea una persona habida de su
conocimiento, para que se vuelque sobre ella con su gracia y sus dones… No
temamos su pregunta: ¿También vosotros seguís sin entender...? A
lo que responderemos con humildad y sencillez: ¡Maestro explícanos…!
«Escuchad y entended todos: nada que
entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que
hace impuro al hombre».
Para nosotros no hay alimentos
prohibidos, como los había en tiempos de Jesús, y que era un tema todavía no
resuelto 40 años más tarde, cuando S. Marcos escribe su evangelio…
Jesús declarará puros todos los
alimentos, y es que nuestra fe no debe estar ligada a usos y costumbres
culinarias, que excluyen a los que no son de los nuestros, o no han sido
educados en la misma cultura…
Luego Jesús enumera lo que sí hace al
hombre impuro… ¡La lista es tan actual como el hombre mismo, y sería bueno que
la revisemos a la luz de nuestra vida personal...! ¿Qué relación hay entre
nosotros y....?
Las malas intenciones…
Las fornicaciones…
Los robos…
Los homicidios…
Los adulterios…
Las codicias…
Las malicias…
Los fraudes…
El desenfreno…
La envidia…
La difamación…
El orgullo…
Y la frivolidad…
Las fornicaciones…
Los robos…
Los homicidios…
Los adulterios…
Las codicias…
Las malicias…
Los fraudes…
El desenfreno…
La envidia…
La difamación…
El orgullo…
Y la frivolidad…
Todo esto sale desde dentro del
corazón humano..., y es lo que nos hace realmente impuros..., pues el corazón
del hombre está herido por las secuelas del pecado original…
¡Luchemos contra esta lista de
impurezas que nos manchan, y nos hacen realmente impuros a los ojos de Dios…
Ya sé que me diréis que no es nada
fácil, pero también es verdad que no estamos solos en la batalla, pues la
Gracia de Dios nos acompaña y fortalece para que alcancemos victoria… ¡Que
bien, si nuestra oración de hoy terminara con un pequeño examen de
conciencia..., un acto de contrición..., y quizás con una pronta confesión...!
Que así sea.