Empezamos, haciendo silencio,
poniéndonos en presencia del Señor, que nos esperaba. Le pedimos que nos ayude
a hacer oración, que nos disponga para escuchar su palabra.
Hoy, en el evangelio, el Señor nos
advierte de que no seamos “cristianos de postureo”. Todos los que se apiñaban
junto a Jesús eran curiosos, estaban allí por interés, a ver “si caía algo”,
pues sabían los milagros que Jesús había hecho. Pero el Señor se lo echa en
cara. Les dice que siglos atrás los miembros de Israel habían escuchado a los
profetas y se habían convertido, mientras que ellos, que tenían delante al
mismo mesías, no eran capaces de escuchar su mensaje. No tenían deseos de
conversión. Eran seguidores de Jesús, pero interesados. Ninguno de ellos
estaría en la pasión.
En esta Cuaresma, Jesús nos pide a
nosotros que quitemos lo superficial de nuestra vida de fe y que vayamos a lo
único importante: escucharle a él. Que nos habla al corazón, que nos pide una
nueva conversión, que quiere ocupar un lugar en nuestro corazón. ¿Le dejaremos?
Empecemos por pedirle esa gracia de conversión. Y presentemos también a sus
pies a aquellos cristianos, amigos nuestros, que le siguen como curiosos, sin
sentirse interpelados por sus palabras, para que también abran su corazón de
par en par al mensaje de amor de Dios.