9 febrero 2018. Viernes de la V semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


En estos días estamos escuchando en la Eucaristía las lecturas del primer libro de los Reyes, donde se nos cuentan diversos episodios de la vida del rey Salomón. Hoy, concretamente, se nos narra el castigo de Salomón por haber desviado su corazón del Señor: su reino será disgregado, hecho jirones y entregado a un siervo.  Al final de sus días, siendo ya anciano, desvió su corazón tras otros dioses a los que adoró y ofreció sacrificios. Su pecado era mayor que el cometido por su padre, puesto que el mismo Dios se le había aparecido dos veces y se le había comunicado directamente dándole instrucciones concretas para que no fuese en pos de otros dioses. Las atenciones y bendiciones para con él, la predilección y amistad del Señor con Salomón, fueron traicionadas. Su corazón, nos dice la escritura, no fue por entero del Señor, como lo había sido el de su padre David.
Es verdad que el rey David también fue un pecador, que cometió crímenes horrendos y pecados contra el Señor, pero era un hombre de corazón humilde que supo arrepentirse de sus muchos errores. Al contrario que a Salomón, el Señor se le comunicaba por medio de terceras personas, a través de sus profetas, que actuaban de intermediarios divinos.
Me parece muy llamativo las veces que el Señor corrigió y amonestó a David por medio de los profetas Samuel, Natán, Gad… Cada vez que David, presa de sus pasiones y debilidades se apartaba de la voluntad de Dios, era reprendido por uno de sus profetas. Como un corazón humilde que era, lejos de sublevarse o revolverse contra Dios o el instrumento de Dios, que era el profeta, reconocía su pecado y procuraba enmendarse.
¡Qué ejemplo de humildad en todo un rey! ¡Qué lejos estamos nosotros de aceptar como venidas de Dios las correcciones que se nos hacen! ¡Cómo nos cuesta reconocer nuestros errores! ¡Cómo nos cuesta ver en el otro la mano de Dios que nos amonesta y corrige! David fue capaz de reconocer sus errores y pedir perdón. Esa fue su gloria y su salvación.
Que también nosotros sepamos reconocer con humildad la presencia de Dios en aquellos que nos corrigen, aunque en ocasiones suponga una humillación. Si sabemos acéptalo como el Rey David, nuestro corazón, aunque con pecado, será un foco de humidad que atraerá la misericordia del Señor.

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