10 septiembre 2018. Lunes de la XXIII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


“Señor guíame con tu justicia”. Esta petición del salmo me recuerda aquella otra de Salomón, que pidió ser justo antes que rico: “Dame ahora sabiduría y ciencia, para presentarme delante de este pueblo”.  Dios le contesta a Salomón: “…No pediste riquezas, bienes o gloria, ni la vida de los que te quieren mal, ni pediste muchos días, sino que has pedido para ti la sabiduría y ciencia para gobernar a mi pueblo, sobre el cual te he puesto por rey, sabiduría y ciencia te son dadas; y también te daré riquezas, bienes y gloria, como nunca tuvieron los reyes que han sido antes de ti, ni tendrán los que vengan después de ti”. (1R.10.12). Qué hermosa reflexión para un gobernante, dicho sea de paso.  Lo que nos importa a nosotros en el día de hoy, es que las lecturas de la misa giran en torno a la idea de la “justicia de Dios”.
La justicia de Dios nos la presenta Pablo, como quien la ejerce con autoridad, sin concesiones ni debilidades, pero al final, su objetivo es recuperar a la persona, no la condena de la misma.” Humanamente quedará destrozado, pero así la persona se salvará en el día del Señor”.
El Evangelio nos muestra a Jesús curando en sábado, a un hombre con parálisis en una mano. Cristo está en los oficios sinagogales, seguramente explicando su doctrina, lo que le permite mejor el hacer la pregunta que dirige a los “escribas y fariseos”, que lo espiaban para ver si curaba a un enfermo.
La respuesta de Cristo, que “conocía los pensamientos de ellos”, fue hacer el milagro. Para ello le haría salir al medio de la sinagoga, seguramente delante de los primeros puestos que ocupaban los fariseos, y le hace una pregunta de contrastes muy oriental: “Si es lícito hacer el bien o mal en sábado, salvar un alma o dejarla perderse”. Aquí “alma” significa persona, vida.
La curación fue la respuesta a un silencio. Es un sábado y Jesús hace un trabajo no permitido, pone por delante la persona a la norma. Ese es el sentido de la ley, la justicia, la norma: la persona por encima de la letra. Se trata de rescatar a la persona, no de condenarla.
La consecuencia que sacaron los “escribas y fariseos” fue la confabulación para prender a Cristo.
Hubo un tiempo en la Iglesia, donde una herejía adquirió mucha fuerza. Se llamó el “donatismo”. Los donatistas pensaban que la Iglesia era solo para la gente pura, sin pecado. Llegaron a decir que el sacramento solo era válido, cuando el sacerdote que lo administraba no tenía pecado. Hubo un santo, de nombre Agustín, que les rebatió comentando que el sacramento era válido por sí mismo, por la gracia que Dios nos trasfiere. Los donatistas se les derroto teóricamente en la Asamblea de Cartago, año 411, pero queda mucho donatismo en nuestro corazón.   
Acabemos estas reflexiones con un coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.  Hoy no debemos dejar de pedir la gracia, de saber ser justo con las personas cercanas, sin rigideces, y que la caridad sea nuestra norma suprema.

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