17 septiembre 2018. Lunes de la XXIV del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Quisiera que estos puntos tuvieran como telón de fondo, al igual que las lecturas, la Eucaristía. El mayor misterio y regalo del Señor.
En la Eucaristía damos gracias a Dios, compartimos con Él su misma vida y nos unimos en Él todos como un solo cuerpo. No hay primeros o últimos, ricos o pobres, sabios o iletrados.
Ya en Corinto existían los ágapes, en los que la comunidad se solidarizaba con aquellas clases más desfavorecidas y todos ellos se juntaban sin ninguna clase de reparos. Testimonio de estos convites aparecen muy repetidamente en pinturas de las catacumbas. De cinco a seis personas a veces con niños, se agrupaban alrededor de una mesa y a ellas les servían mujeres y muchachas cristianas.  ¡Ágape, mézclanos el vino!, clama uno. ¡Irene, trae agua caliente!, el otro. En un instante se traían mesas pequeñas y se colocaban en forma de herradura o en semicírculo. Aquí estaban sentados el pobre esclavo, la pobre esclava, que en su casa eran frecuentemente reñidos y azotados, en fraternal unión al lado del tesorero de la sinagoga, Crispo; del rico Tricio Justo, y eran servidos por risueñas y amables mujeres. Otros detalles y menudencias como agua fría y caliente, aceitunas, sardinas, platos y fuentes, eran suministrados por el amo de la casa. El dueño de la casa o un diácono o presbítero pronunciaba sobre los manjares antes de comer la bendición de la mesa en la forma tal vez que nos ha sido transmitida del tiempo de los apóstoles: “¡Alabado seas, Señor, Dios nuestro, rey del mundo, que haces nacer el pan de la tierra…, que creas el fruto de la tierra y de la vid!
Después del ágape se alejaban los no bautizados, y los otros se trasladaban para el banquete eucarístico a la sala principal. Encendíanse con velas numerosas luces. Hombres y mujeres hacían una confesión común de sus pecados en las manos del apóstol, se acercaban al altar en perfecto orden y depositaban sus cestitas llenas de harina de trigo, racimos de uva, incienso y aceite para las sagradas lámparas, pan puro de trigo y vino. Y comenzaban los cantos y la Eucaristía, como nos recuerda la primera lectura. Era una acción de gracias. En ella se fortalecían los vínculos y la conciencia de unidad. Jesús es el huésped alrededor del que se reúne la comunidad.
Con qué tristeza escribe ahora a los corintios. Que no nos pase en nuestras comunidades lo mismo. Lo que más daño hace es el escándalo, la falta de unidad que existe entre nosotros, el estar separados unos de otros, el poco interés que mostramos unos por otros. El individualismo se va introduciendo entre nosotros. La Eucaristía es un acto de comunidad, no un acto de devoción particular. Repetir con el centurión, Señor hazme digno, ayúdame a preparar bien las eucaristías, a preparar mi corazón durante el día, para que te reciba de la mejor manera. Ayúdame a hacer comunidad, a poner los ojos más en los demás.

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