Quisiera
que estos puntos tuvieran como telón de fondo, al igual que las lecturas, la
Eucaristía. El mayor misterio y regalo del Señor.
En la
Eucaristía damos gracias a Dios, compartimos con Él su misma vida y nos unimos
en Él todos como un solo cuerpo. No hay primeros o últimos, ricos o pobres,
sabios o iletrados.
Ya en
Corinto existían los ágapes, en los que la comunidad se solidarizaba con
aquellas clases más desfavorecidas y todos ellos se juntaban sin ninguna clase
de reparos. Testimonio de estos convites aparecen muy repetidamente en pinturas
de las catacumbas. De cinco a seis personas a veces con niños, se agrupaban
alrededor de una mesa y a ellas les servían mujeres y muchachas
cristianas. ¡Ágape, mézclanos el vino!, clama uno. ¡Irene, trae agua
caliente!, el otro. En un instante se traían mesas pequeñas y se colocaban en
forma de herradura o en semicírculo. Aquí estaban sentados el pobre esclavo, la
pobre esclava, que en su casa eran frecuentemente reñidos y azotados, en
fraternal unión al lado del tesorero de la sinagoga, Crispo; del rico Tricio
Justo, y eran servidos por risueñas y amables mujeres. Otros detalles y
menudencias como agua fría y caliente, aceitunas, sardinas, platos y fuentes,
eran suministrados por el amo de la casa. El dueño de la casa o un diácono o
presbítero pronunciaba sobre los manjares antes de comer la bendición de la
mesa en la forma tal vez que nos ha sido transmitida del tiempo de los
apóstoles: “¡Alabado seas, Señor, Dios nuestro, rey del mundo, que haces nacer
el pan de la tierra…, que creas el fruto de la tierra y de la vid!
Después
del ágape se alejaban los no bautizados, y los otros se trasladaban para el
banquete eucarístico a la sala principal. Encendíanse con velas numerosas
luces. Hombres y mujeres hacían una confesión común de sus pecados en las manos
del apóstol, se acercaban al altar en perfecto orden y depositaban sus cestitas
llenas de harina de trigo, racimos de uva, incienso y aceite para las sagradas
lámparas, pan puro de trigo y vino. Y comenzaban los cantos y la Eucaristía,
como nos recuerda la primera lectura. Era una acción de gracias. En ella se
fortalecían los vínculos y la conciencia de unidad. Jesús es el huésped
alrededor del que se reúne la comunidad.
Con qué
tristeza escribe ahora a los corintios. Que no nos pase en nuestras comunidades
lo mismo. Lo que más daño hace es el escándalo, la falta de unidad que existe
entre nosotros, el estar separados unos de otros, el poco interés que mostramos
unos por otros. El individualismo se va introduciendo entre nosotros. La
Eucaristía es un acto de comunidad, no un acto de devoción particular. Repetir
con el centurión, Señor hazme digno, ayúdame a preparar bien las eucaristías, a
preparar mi corazón durante el día, para que te reciba de la mejor manera.
Ayúdame a hacer comunidad, a poner los ojos más en los demás.