¿Quién de nosotros no ha participado
en una boda alguna vez? ¿Quién de nosotros no tiene experiencia de la alegría,
del festejo, y del compartir que viene después de la ceremonia...? Creo que
todos somos conscientes de que en esos momentos no puede haber ni pesadumbre,
ni tristeza, pues todo es gozo, alegría y paz…
La venida de Cristo, el anuncio del
Evangelio, y la Redención de los hombres que siguió a todo ello..., han sido el
mayor regalo que Dios ha hecho a la Humanidad… Bien podemos decir que Dios se
desposó con nosotros en la persona de su Hijo Jesucristo, y fue tan grande el
beneficio, que cada día celebramos ese acontecimiento salvador como una fiesta
de bodas…
Todo ello no quita, para que en
nuestro peregrinar diario haya momentos de esfuerzo, de abnegación, de
renuncia, o de sacrificio..., ya que la correspondencia al Amor que Dios nos
tiene se muestra también por esos medios… ¿Qué podemos ofrecer a Dios, que Él
no tenga...? ¿Cómo podemos elevar nuestro amor a la altura del suyo...? ¿Cómo
podemos equiparar tanto bien recibido...? Solo nos queda el ofrecernos y el
ofrecer lo poco que tenemos, y eso poco que tenemos, es la negación de nosotros
mismos en aras de su Amor…
Por lo tanto, ahora que estamos a la
espera de la vuelta del Esposo, preparémonos adecuadamente, tanto en el cuerpo
como en el espíritu para su venida, y esto se concreta en dos sencillas
palabras: Oración y penitencia.
Os dejo las mejores palabras de S.
Pablo sobre la penitencia para que las ponderéis en vuestra oración de hoy:
— Estoy clavado en la Cruz juntamente
con Cristo. Y yo vivo, o más bien, no soy yo quien vive, sino que Cristo vive
en mí (Gal. II, 19-20).
— Traemos siempre en nuestro cuerpo
por todas partes la mortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se
manifieste también en nuestros cuerpos (II Cor. IV, 10).
— Si vivís según la carne, moriréis;
si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis (Rom. VIII, 13).
— Al presente me gozo de lo que
padezco por vosotros, y estoy cumpliendo en mi carne lo que resta que padecer a
Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col. I, 24).
— Los judíos piden señales, y los
griegos buscan la sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos y necedad para los gentiles (I Cor. I, 22-23).
— Hay muchos que andan, ya os lo decía con frecuencia, y ahora lo digo
llorando, como enemigos de la cruz de Cristo: cuyo fin es la perdición, cuyo
Dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que gustan de las
cosas terrenas (Philip. III, 18-19).