23 septiembre 2018. Domingo XXV del Tiempo Ordinario (Ciclo B)


“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
¿Cuál es el hilo conductor de todas estas lecturas? ¿Cuál es la invitación de la Palabra de Dios de hoy? La perseverancia del justo frente a las dificultades; dificultades que pueden surgir del mundo y sus tentaciones, de las persecuciones, los sufrimientos por etapas complicadas… El justo que persevera vive en paz, una paz que el mundo no puede dar. El honrado en medio de la corrupción, el casto frente a tanto erotismo y revolución sexual, el sincero frente a un mundo plagado de mentiras y medias verdades, el humilde frente a un mundo que finge estar orgulloso, el que se sabe un pecador perdonado frente a un mundo que rechaza la misericordia…
Pero, ¿qué significa ser justo? Podemos resumirlo como “ser servidor en el amor a imitación del Maestro y contando con su ayuda para ello”. No somos unos machotes repletos de virtudes, somos pobres siervos que quiere ser “servidor de todos” y sabedor de nuestra inutilidad se lo pedimos al Señor.
Ante este programa de vida, lleno de contraste y dificultades, la clave está al final: “No obtenéis porque no pedís (…) porque pedís mal” y el niño como ejemplo de vida. Si quien acoge a un niño acoge a Cristo… ¿no tendremos nosotros que ser como niños para ser otro Cristo? Será entonces que la vida cristiana es hacernos niños… pedir como pide un niño… amar como ama un niño… No infantilizados, aniñados… sino como el que sabe que es poquito y depende del Señor para que “sostenga mi vida”.
Sin duda, la mejor forma de sentirse niño, es al lado de la Madre. Un adolescente, un joven, un adulto y un viejo pueden sentirse como niños si te agarras mucho a la mano de la Virgen.
Ella nos lo alcance. Pídeselo: para ti y para todos. Feliz oración. Feliz encuentro con Cristo.

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