12 septiembre 2018. Miércoles de la XXXIII semana del T. O. – Dulce Nombre de María – Puntos de oración


“Y el nombre de la Virgen era María”
Empiezo felicitando a todas y a todos los que llevan el nombre de María, hoy es vuestro onomástico. ¡Muchas felicidades! Si hace cuatro días felicitábamos a la las “Nati” por el cumpleaños de la Virgen, hoy 12 de septiembre felicitamos a todos los que llevan –tanto hombres como mujeres- el nombre de María. Es el día popularmente conocido como del Dulce nombre de María.
Todas las fiestas de la Virgen deben ser días entrañables para un cristiano y en particular para todos los miembros del Movimiento de Santa María. El Padre Morales nos decía que no se puede ser auténtico cruzado o militante sin estar plenamente enamorado de la Virgen y nos animaba insistentemente a pedirla amarla con locura, a tenerla siempre en nuestro corazón y a ser las manos visibles de la Virgen que reparten sus dones a todas las almas. Qué alegría y qué emoción empezar así este mes de septiembre, el primero de un nuevo curso escolar, con el dulce nombre de María en los labios y en el corazón. Repitamos en silencio muchas veces durante todo el día: ¡María! ¡María!
En el Evangelio de la anunciación se dice: “y el nombre de la Virgen era María”. Te invito ahora en este rato de oración a que felicites a la Virgen por su nombre. A todos nos suena fenomenal nuestro nombre, nos es dulce al oído y por él nos conocen los demás. En algunas familias es costumbre celebrar tanto el cumpleaños como el onomástico que a veces coinciden cuando se lleva el nombre del santo del día.Todos llevamos el nombre que han elegido para nosotros nuestros padres, pues el nombre que Dios quiso para su madre fue el de María, "nombre cargado de divinas dulzuras ¡O clemens, o pia, o dulcis Virgo María! Por medio de la que así es llamada, nos han venido todos los bienes. (San Alfonso María de Ligorio).
En este día si seguimos las lecturas del tiempo ordinario, la Iglesia nos presenta una de las páginas más revolucionarias del Evangelio, si me permitís esta expresión. Jesús proclama las Bienaventuranzas, consideradas para muchos como la carta magna del Reino de Dios. Presentan una nueva y sorprendente escala de valores. Lo que para el mundo es tristeza, debilidad o desgracia, para los hijos de Dios es fuente de felicidad. Y aquello que para el mundo es riqueza, dominio, prestigio, fama o poder, para los hijos de Dios son cosas pasajeras que no merecen estar en el centro de nuestros corazones.  Dicho de una manera mucho más fuerte, por boca de San Pablo a los filipenses: Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. Además, en la versión que nos toca, la de San Lucas, se añaden también unos cuantos “ay” o por así decirlo “malaventuranzas” para que tomen notas los que creen que no necesitan nada de Dios, los saciados de todo, especialmente de sí mismos.
Podemos meditar sobre las bienaventuranzas reflexionando sobre la libertad. A mí me gusta pensar que esta es la verdadera carta magna de la libertad humana, y que es presentada por Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. ¿Qué es para mí la libertad? ¿En qué pongo mi corazón? ¿Quién es mi Dios y cuáles son mis dioses?
Hagamos la meditación desde el corazón de la Virgen, para Ella su felicidad fue su Hijo, su Jesús, su Todo, su Absoluto. Lo demás, en tanto en cuanto…, lo demás –sin Jesús- todo es relativo.
Oración final a manera de un coloquio con la Virgen:
 “En los peligros, en las perplejidades, en los casos dudosos, piensa en María, recurre a María, no dejes que abandone tus labios; no dejes que se aparte de tu corazón” (San Bernardo).

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