“Y el nombre de la Virgen era María”
Empiezo
felicitando a todas y a todos los que llevan el nombre de María, hoy es vuestro
onomástico. ¡Muchas felicidades! Si hace cuatro días felicitábamos a la las
“Nati” por el cumpleaños de la Virgen, hoy 12 de septiembre felicitamos a todos
los que llevan –tanto hombres como mujeres- el nombre de María. Es el día
popularmente conocido como del Dulce nombre de María.
Todas las
fiestas de la Virgen deben ser días entrañables para un cristiano y en
particular para todos los miembros del Movimiento de Santa María. El Padre
Morales nos decía que no se puede ser auténtico cruzado o militante sin estar
plenamente enamorado de la Virgen y nos animaba insistentemente a pedirla
amarla con locura, a tenerla siempre en nuestro corazón y a ser las manos
visibles de la Virgen que reparten sus dones a todas las almas. Qué alegría y
qué emoción empezar así este mes de septiembre, el primero de un nuevo curso
escolar, con el dulce nombre de María en los labios y en el corazón. Repitamos
en silencio muchas veces durante todo el día: ¡María! ¡María!
En el
Evangelio de la anunciación se dice: “y el nombre de la Virgen
era María”. Te invito ahora en este rato de oración a que
felicites a la Virgen por su nombre. A todos nos suena fenomenal nuestro
nombre, nos es dulce al oído y por él nos conocen los demás. En algunas
familias es costumbre celebrar tanto el cumpleaños como el onomástico que a
veces coinciden cuando se lleva el nombre del santo del día.Todos llevamos el
nombre que han elegido para nosotros nuestros padres, pues el nombre que Dios
quiso para su madre fue el de María, "nombre cargado de divinas
dulzuras ¡O clemens, o pia, o dulcis Virgo María! Por
medio de la que así es llamada, nos han venido todos los bienes. (San
Alfonso María de Ligorio).
En este día si seguimos las lecturas
del tiempo ordinario, la Iglesia nos presenta una de las páginas más
revolucionarias del Evangelio, si me permitís esta expresión. Jesús proclama
las Bienaventuranzas, consideradas para muchos como la carta magna del Reino de
Dios. Presentan una nueva y sorprendente escala de valores. Lo que para el
mundo es tristeza, debilidad o desgracia, para los hijos de Dios es fuente de
felicidad. Y aquello que para el mundo es riqueza, dominio, prestigio, fama o
poder, para los hijos de Dios son cosas pasajeras que no merecen estar en el
centro de nuestros corazones. Dicho de una manera mucho más fuerte,
por boca de San Pablo a los filipenses: Por
él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y
encontrarme unido a él. Además,
en la versión que nos toca, la de San Lucas, se añaden también unos cuantos
“ay” o por así decirlo “malaventuranzas” para que tomen notas los que creen que
no necesitan nada de Dios, los saciados de todo, especialmente de sí mismos.
Podemos meditar
sobre las bienaventuranzas reflexionando sobre la libertad. A mí me gusta
pensar que esta es la verdadera carta magna de la libertad humana, y que es
presentada por Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. ¿Qué es para mí la libertad?
¿En qué pongo mi corazón? ¿Quién es mi Dios y cuáles son mis dioses?
Hagamos la
meditación desde el corazón de la Virgen, para Ella su felicidad fue su Hijo,
su Jesús, su Todo, su Absoluto. Lo demás, en tanto en cuanto…, lo demás –sin
Jesús- todo es relativo.
Oración
final a manera de un coloquio con la Virgen:
“En
los peligros, en las perplejidades, en los casos dudosos, piensa en María,
recurre a María, no dejes que abandone tus labios; no dejes que se aparte de tu
corazón” (San Bernardo).