EL AMOR NO PASA NUNCA
Nos ponemos en
presencia de Dios. La oración confiada es una reacción del corazón, que se abre
a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores para escuchar
la suave voz del Señor que resuena en el silencio.
La lectura me recuerda
la celebración de las bodas que preparan con tanta ilusión los novios en el día
de su enlace. Y termina con ese amor lleno de esperanza que nace de dentro del
corazón.
Jesús no aparece como
un modelo lejano de perfección o un enamorado del sacrificio. El Evangelio dice
que “come y bebe”, y que se lo considera “glotón y bebedor, de gente de mala
fama”. Hoy, los católicos más fanáticos dirían que es un mundano superficial.
Jesús muestra a Dios que no solo se hace hombre, sino que se introduce
completamente en el mundo, se junta con cualquiera, camina por los callejones
de los pecadores, trata con las prostitutas ante la mirada acusadora de los moralistas,
come y bebe con los rechazados. No es un puritano, sino un enamorado del ser
humano, alguien que rechaza el pecado pero que se acerca como nadie al hermano
caído. Por eso, sus discípulos no nos aislamos en grupos de “elegidos” sino que
entramos en el corazón del mundo, sin asco ni miedo.
La gente criticaba. “En
esta vida no conviene desanimarse por las habladurías de la gente, basta obrar
con rectitud en todo y que cada uno piense como quiera”. (San Juan Crisóstomo)
Hace unos meses le
hacían una entrevista a Pepe Rodríguez, propietario de un restaurante y
director del programa de TVE 1 de Máster Chef. Y comentaba: “He comido en los mejores restaurantes del
mundo. Nunca me he emocionado al comer, sí al comulgar”.
Decía un director de
ejercicios a unos jóvenes al recibir a Jesús en la comunión: “El cielo entra
dentro de nuestro corazón”.
A mí me gusta, si
puedo, asistir a misa a primera hora de la mañana y recibir a Jesús para
poderlo llevarlo conmigo todo el día.
Cuando yo era niño,
hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me
hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Que Santa María nos ayude a
recibir con alegría a Jesús cada día y a tratarlo como amigo en los ratos de
reflexión.