La
“oración, es la respiración del alma”. Lo hemos oído muchas veces. Vamos a
respirar profundamente y bucear durante unos minutos en el texto que hoy nos
propone el Evangelio.
En la
presencia de Dios bajo la fuerza del Espíritu Santo leo con detenimiento el
evangelio de hoy (Lc 7, 11-17).
Nos
encontramos con estas palabras que nos gritan al corazón: Jesús camina en
compañía de sus discípulos y mucha gente. Jesús, cuando camina arrastra. Camina
deprisa hacia la ciudad de Naín. Parece le están esperando.
Al
acercarse a la ciudad, sacaban a enterar a un muerto. Es una persona muerta que
nos impresiona. Algo distinto a cuando vemos un cortejo de coches que acompañan
a un féretro que llevan a enterrar, a un pueblo o a una ciudad.
Es un
chico joven. Es el hijo único de una madre que está viuda. Esta
es la realidad. Ahora puedes imaginar lo que quieras para meterte dentro de
esta escena.
¿En qué
grupo de personas vas, con Jesús o acompañas a la madre cuyo hijo ha
muerto? Puedo elegir. Acompañar a Jesús, como tratamos de hacerlo
todos los días que iniciamos con este rato de oración, donde tratamos de
serenarnos y recibir la fuerza que se desprende de Jesús. Él se define
como “Camino, Verdad y Vida”.
En la
otra comitiva aparece el contraste dramático. El camino lleva al sepulcro. La
Verdad en mentira. Toda persona es frágil, tenemos que enfrentarnos con la
verdad de la muerte. La vida se ha transformado en muerte…
Pero el
corazón destrozado y las lágrimas de esta madre, logra detener la muerte. La
muerte ha sido derrotada con la resurrección de Cristo. Y de nuevo, el Señor,
de la vida y de la muerte, le devuelve el hijo a su madre.
Si te
quedas en silencio, esta estampa se puede ver, si abrimos las ventanas del
corazón en situaciones parecidas de tantas madres y familias rotas por los
hijos ya muertos en vida…
No, no
es el momento de dejarnos llevar de la tristeza. Es el momento de responder
ante estas situaciones con nueva esperanza en Aquel que viene a nuestro
encuentro; y transforma la muerte en vida, la tumba en camino, la mentira del
mundo en la resurrección eterna.
Para
comprender el llanto y el dolor de tantas madres y de tantos padres,
profesores, educadores… podemos volver a contemplar el corazón
traspasado de la Virgen de los Dolores, o junto a la cruz en el calvario.