Estamos dentro de una “semana grande” de fiestas de la Virgen: 8
de septiembre, Natividad de la Virgen; 12 de septiembre, fiesta del Dulce
nombre de María; 15 de septiembre, Nuestra Señora de los Dolores. Esta
presencia de nuestra Madre, tan intensa en estos días, nos lleva a renovar
nuestros deseos de vivir esta Campaña de la Visitación imitando a la Virgen en
el olvido de nosotros mismos para llevar la alegría de Cristo a nuestros
ambientes de este nuevo curso. Los cruzados tenemos costumbre de ofrecer un
sacrificio en la cena las vísperas de las fiestas marianas. ¿Te unes a nosotros
esta noche para preparar la fiesta de mañana del Dulce Nombre de María?
La
Palabra de Dios nos presenta el llamamiento de los Doce apóstoles, después de
una noche de oración en la que Jesús “consulta” con el Padre quiénes han de ser
los fundamentos de la Iglesia que va a fundar. Este gesto de Jesús nos enseña
cómo tenemos que tomar las decisiones, grandes o pequeñas, de nuestra vida:
precedidas de la oración, de pedir luz al Espíritu Santo, de discernir en
diálogo con Dios y con su Palabra… Si en estos momentos me encuentro ante una
encrucijada, una toma de decisión, algo que no sé qué hacer… he de subir con
Jesús al monte de la oración y llamar al Corazón del Padre de los cielos, pues
“quien pide, recibe y al que llama se le abre”.
Nos
detenemos en una reflexión importante, y es que Jesús llama a un grupo de
discípulos para que formen una comunidad apostólica. Necesito de los otros para
perseverar y ser apóstol, y llegar a la santidad. Nos lo ha dicho recientemente
el papa Francisco: “Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y
contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos
aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos,
fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y
sucumbimos. La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Así lo
reflejan algunas comunidades santas (Gaudete et exsultate 140-141).
Esto
no quiere decir que sea fácil siempre vivir en familia o en grupo. Si miramos a
los Doce, eran muy diferentes, y algunos, puede que antagónicos: Mateo era un
publicano, que procedía de una actividad que se consideraba impura. En cambio,
Simón se apodaba el celotes, que quizá era de un grupo “celoso” por la pureza
de la ley. Desde luego procedían de actividades y estratos sociales y
religiosos muy diversos. Y, sin embargo, convivían juntos y trabajaban juntos
en la misión, superando dificultades. ¿Por qué? porque Jesús les unía a todos.
Aquí tenemos otro motivo de reflexión: no fijarnos en las diferencias con
aquellos que formamos una unidad, sino poner la mirada en el que nos une y da
cohesión: Jesucristo.
De
nuevo el papa, nos anima a cuidar los detalles para formar una comunidad de
amor: “La vida comunitaria, sea en la familia,
en la parroquia, en la comunidad religiosa o en cualquier otra, está hecha de
muchos pequeños detalles cotidianos. Esto ocurría en la comunidad santa que
formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la
belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida
comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (Gaudete
et exultate 143).
Si
así lo hacemos, Jesús prolongará hoy su misión a través de su Iglesia y será
realidad de nuevo el final del evangelio de hoy: muchos podrán “tocar” a Jesús
a través de nosotros y experimentaran su presencia allí donde dos o más se
reúnen en su nombre: “toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una
fuerza que los curaba a todos”. Pidamos a la Virgen que nuestros grupos
apostólicos sean presencia de Jesús que transmite su fuerza sanadora a quienes
entran en contacto con nosotros.