“Y nosotros hemos recibido un
Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que
tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos”
En el lugar donde nos encontremos
invocamos interiormente la presencia del Espíritu Santo para que guie y
acompañe nuestra oración y nos convierta poco a poco en hombres y mujeres de
espíritu.
La acción de gracias al inicio de la
oración podría también ayudar a disponer el corazón. Ese tomar
conciencia de la gratuidad de Dios nos ubica en órbita de humildad y nos invita
al agradecimiento por tanto bien recibido, empezando por este momento junto
a Él.
Las lecturas que nos ofrece hoy la
liturgia nos hablan de dos maneras de pensar: la de Dios y la del mundo. San Pablo les dice a los cristianos de Corinto que
ellos han recibido un Espíritu que no es del mundo, y más adelante que “a
nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una
necedad”. Es muy significativa la actualidad que tiene este mensaje. Como
laicos en medio del mundo vemos a nuestro alrededor cómo a muchas personas les
parece necedad las cosas de Dios, y es que no han recibido ese Espíritu o si lo
han recibido, ese fuego inicial se ha ido apagando hasta extinguirse del todo.
Y a nosotros también nos puede pasar, no pensemos que estamos libres de
terminar pensando cómo el mundo piensa. La clave para no perder esa
“sintonía” con el Espíritu es la oración. El Espíritu en la oración nos
abre a la verdad, a la belleza y al bien. Sólo la perseverancia en la oración
es garantía para ser verdaderos hombres y mujeres de espíritu. Por lo
tanto, es un buen momento para valorar con seriedad mi oración diaria en
términos de espacio, tiempo y circunstancias, y poner los medios para progresar
cada vez más en la vida espiritual. Se me viene a la mente la difícil situación
que atraviesa el Papa y con él la Iglesia entera, por todas las críticas que
viene recibiendo, y lo que resulta más doloroso, incluso por hombres de
Iglesia, claro ejemplo de cómo el espíritu del mundo se va metiendo
sigilosamente en la mente y en los corazones de las personas. Podemos
aprovechar para pedir por el Santo Padre en este momento de la oración.
En el evangelio vemos cómo ese espíritu del mundo, representado
en el demonio, lleva siempre al hombre a su destrucción, siendo Jesús el
único capaz de liberarle: “Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!» El
demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle
daño”. Nuevamente vemos cómo sólo el Espíritu nos abre a la verdad, a la
belleza y al bien. Que invoquemos siempre al Espíritu Santo al iniciar
nuestras oraciones para pensar y responder según los criterios de Dios.
Pidámosle a la Virgen, en este mes tan mariano, nos conceda esta gracia.