Para
la oración de hoy, día de la Virgen de los Dolores, y con la mirada centrada en
el crucificado serenemos el corazón e invoquemos al Espíritu. Como puntos de
oración os brindo este maravilloso texto del papa Benedicto XVI en su homilía
del 8 de septiembre de 2007 en el santuario de Mariazell (Austria): “mirar a
Cristo”.
"Mirar a Cristo" es
el lema de este día. Para el hombre que busca, esta invitación se transforma
siempre en una petición espontánea, una petición dirigida en particular a
María, que nos dio a Cristo como Hijo suyo: "Muéstranos a
Jesús". Rezamos hoy así de todo corazón; y rezamos, más allá de este
momento, interiormente, buscando el rostro del Redentor. "Muéstranos a
Jesús". María responde, presentándonoslo ante todo como niño. Dios se ha
hecho pequeño por nosotros. Dios no viene con la fuerza exterior, sino con la
impotencia de su amor, que constituye su fuerza. Se pone en nuestras manos.
Pide nuestro amor. Nos invita a hacernos pequeños, a bajar de nuestros altos
tronos y aprender a ser niños ante Dios. Nos ofrece el Tú. Nos pide que nos
fiemos de él y que así aprendamos a vivir en la verdad y en el amor.
Naturalmente, el niño Jesús nos
recuerda también a todos los niños del mundo, en los cuales quiere salir a
nuestro encuentro: los niños que viven en la pobreza; los que son
explotados como soldados; los que no han podido experimentar nunca el amor de
sus padres; los niños enfermos y los que sufren, pero también los alegres y
sanos. Europa se ha empobrecido de niños: lo queremos todo para nosotros
mismos, y tal vez no confiamos demasiado en el futuro. Pero la tierra carecerá
de futuro si se apagan las fuerzas del corazón humano y de la razón iluminada
por el corazón, si el rostro de Dios deja de brillar sobre la tierra. Donde
está Dios, hay futuro.
"Mirar a
Cristo": volvamos a dirigir brevemente la mirada al Crucifijo
situado sobre el altar mayor. Dios no ha redimido al mundo con la espada, sino
con la cruz. Al morir, Jesús extiende los brazos. Este es ante todo el gesto de
la Pasión: se deja clavar por nosotros, para darnos su vida. Pero
los brazos extendidos son al mismo tiempo la actitud del orante, una postura
que el sacerdote asume cuando, en la oración, extiende los
brazos: Jesús transformó la pasión, su sufrimiento y su muerte, en
oración, en un acto de amor a Dios y a los hombres. Por eso, los brazos
extendidos de Cristo crucificado son también un gesto de abrazo, con el que nos
atrae hacia sí, con el que quiere estrecharnos entre sus brazos con amor. De
este modo, es imagen del Dios vivo, es Dios mismo, y podemos ponernos en sus
manos.
"Mirar a Cristo". Si
lo hacemos, nos damos cuenta de que el cristianismo es algo más, algo distinto
de un sistema moral, una serie de preceptos y leyes. Es el don de una amistad
que perdura en la vida y en la muerte: "Ya no os llamo siervos,
sino amigos" (Jn 15, 15) dice el Señor a los suyos. Nos fiamos de esta
amistad. Pero, precisamente por el hecho de que el cristianismo es más que una
moral, de que es el don de la amistad, implica una gran fuerza moral, que
necesitamos tanto ante los desafíos de nuestro tiempo. Si con Jesucristo y con
su Iglesia volvemos a leer de manera siempre nueva el Decálogo del Sinaí,
penetrando en sus profundidades, entonces se nos revela como una gran
enseñanza, siempre válida.
El Decálogo es ante todo un
"sí" a Dios, a un Dios que nos ama y nos guía, que nos sostiene y
que, sin embargo, nos deja nuestra libertad, más aún, la transforma en
verdadera libertad (los primeros tres mandamientos). Es un "sí" a la
familia (cuarto mandamiento); un "sí" a la vida (quinto mandamiento);
un "sí" a un amor responsable (sexto mandamiento); un "sí"
a la solidaridad, a la responsabilidad social y a la justicia (séptimo
mandamiento); un "sí" a la verdad (octavo mandamiento); y un
"sí" al respeto del prójimo y a lo que le pertenece (noveno y décimo
mandamientos). En virtud de la fuerza de nuestra amistad con el Dios vivo,
vivimos este múltiple "sí" y, al mismo tiempo, lo llevamos como señal
del camino en esta hora del mundo.
"Muéstranos a Jesús".
Con esta petición a la Madre del Señor nos hemos puesto en camino hacia este
lugar. Esta misma petición nos acompañará en nuestra vida cotidiana. Y sabemos
que María escucha nuestra oración: sí, en cualquier momento, cuando
miramos a María, ella nos muestra a Jesús. Así podemos encontrar el camino
recto, seguirlo paso a paso, con la alegre confianza de que ese camino lleva a
la luz, al gozo del Amor eterno. Amén.
Benedicto
XVI. 8 de septiembre de 2007. Mariazell (Austria)