En este primer domingo de septiembre,
de camino hacia nuestras ciudades o ya instalados en ellas a la vuelta de
vacaciones, puestos en la presencia del Señor y pidiendo luz al Espíritu Santo,
nos disponemos a dedicar un rato sólo para Dios.
Las lecturas de hoy, riquísimas, nos
ayudan mucho. En la primera Yahve, por boca de Moisés, habla al pueblo:
“Escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir “. “Ellos son vuestra
sabiduría e inteligencia”. Insiste en que esos mandatos son la prueba de la
predilección de Dios, de que está cerca de su pueblo.
Estas palabras del Deuteronomio,
claves en la historia del pueblo de Israel, porque son parte de la Alianza con
Dios, van dirigidas también a nosotros, animándonos a descubrir cómo en los
mandamientos, en las bienaventuranzas, en las obras de misericordia que Jesús
nos propone, está encerrada la vida verdadera, hay escondida una gran fuerza
vital de gracia y misericordia que no sólo debemos vivir, sino que debemos
vivir transmitiéndola.
En el Evangelio Jesús da un paso más,
al indicarnos como hemos de vivir todos esos mandatos del Señor. Es una
apelación a la sinceridad de corazón, a vivir lo que el Señor nos pide, no la
película que nosotros nos montamos, lo que Jesús llama “preceptos humanos”.
Invitación, en este rato de oración,
a examinar una vez más nuestro corazón, nuestros apegos, lo que nos sale de
dentro, y purificarlo. Pedirle a la Madre, en esta Campaña de la Visitación,
que nos siga impulsando a olvidarnos de nosotros mismos, para que de dentro,
del corazón del hombre y de la mujer, de mi corazón, salgan buenos propósitos
de entrega, generosidad, perdón, misericordia, atención a los más débiles o
alejados.
Nosotros solos no podemos. En este
principio de curso hagamos el propósito de ponerlo todo en manos de la Virgen,
de abandonarnos en su Corazón. De no cansarnos de pedir estas gracias.
“El que así obra nunca fallará”.