Iniciamos nuestra oración: ofreciendo la
jornada, invocando al Espíritu Santo, pidiendo ayuda a la Madre y la
intercesión de san José, preparando nuestra alma con la oración que
prolongaremos durante la jornada con la jaculatoria.
Cuando he leído la Palabra de Dios, que
oiremos en las eucaristías de mañana, me ha venido a la memoria una anécdota
que comentaba un jesuita, de cuando él trabajaba en un colegio. Al ir conociendo
a los alumnos de clase, jóvenes adolescentes, decía que ellos solos se
etiquetaban. De manera, un tanto provocadora le decían:
-“Mira, yo soy creyente. Este es ateo”.
Él les solía contestar:
-“Para mí, eso no es lo importante. Lo
importante es: ¿en qué Dios creo?”.
Exactamente esa es la pregunta, que se
me ocurre tras estas lecturas: ¿en qué Dios creo?
Aquellos judíos que nos presenta el
evangelio eran linaje de Abrahán, eran hombres religiosos. Creían en Dios, pero
iban a matar a su Hijo. Su Dios, el Dios que habían ideologizado era estricto.
Su imagen de Dios originaba un prejuicio, que les impedía reconocer la Verdad.
No podían ver en Jesús al Mesías esperado por siglos.
La escena del evangelio, en la que
debemos meternos como si presente me hallase, habla de unos
judíos que ya empezaban a ser discípulos de Jesús, pero que responden
agresivamente al Maestro. Probablemente, Juan junte, en el texto, dos
momentos distintos, dos situaciones diferentes con un mensaje común. Algo que
encontramos en otras ocasiones en el evangelio. Así, los que responden
agresivamente, serían otros judíos, menos cercanos a Jesús. Lo importante es
que Jesús les está presentando al verdadero Dios y este rompe sus esquemas y
esto les revuelve por dentro.
La oración va a ser un buen momento,
para hacernos la pregunta arriba señalada y otras que son consecuencia de la
primera: ¿en qué Dios creo?, ¿es un Dios, que me llena de amor y paciencia con
mi prójimo?, ¿es un Dios que tranquiliza mi conciencia, compatible con mi
comodidad?, ¿es un Dios que me impulsa a buscar y conocer continuamente la
verdad?, ¿es un Dios que me impulsa a no quedarme en los esquemas producto de
una formación juvenil o es un Dios que día a día me impulsa a
actualizarlos?
Acabemos nuestras reflexiones con un
coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor:
cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo
comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater
noster”.