23 abril 2019. Miércoles de la Octava de Pascua – Puntos de oración


1. “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda”. (Hch 3,1)
¡Qué gusto da contemplar al Señor y a los suyos en esta semana de Pascua! Tras la cuarentena y vía crucis cuaresmal viene la cincuentena y el vía lucis pascual. Y todo huele a vida, nueva vida, alegría, resurrección. No tendremos para satisfacer el cuerpo, no tendremos nada material, seremos pobres en la economía mundana, humana, pero el Señor está con nosotros, el Señor vive en nosotros y, ahora sí, caminante sí hay CAMINO, levántate y anda, camina.
2. ¡Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor! (Salmo 104)
Tras la cruz, la luz. Sólo en ella encontraremos la gloria porque en ella está Cristo y con Él el gozo y la alegría. Mirad el árbol de la cruz, como mira la devoción popular en América, veremos cruces desnudas, pero con las huellas del Crucificado ya resucitado; son las cruces del peregrino, del caminante. Miradla y quedaréis radiantes.
3. “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24, 13)
De la frustración, del desengaño, al éxtasis. Qué escena tan bella para meterse en ella y hacerse el encontradizo, y ver, oír, preguntar, acompañar…para contemplar, celebrar y saborear que Él se quedó con nosotros.
Comentario de San Juan Pablo II
"Quédate con nosotros"
Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara “con” ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse "en" ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. “Permaneced en mí, y yo en vosotros” (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca "permanencia" nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el «hambre» de su Palabra (Am 8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para “saciarnos” de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo.

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